«El baño de los pájaros» es la tercera y última entrega sobre un viaje a Monfragüe . En la primera «Una noche en Monfragüe» se narraba una noche de fotografía nocturna en el parque nacional. En la segunda «La representación de la Naturaleza» se cuenta una estancia de varias horas en el «Salto del Gitano» y, en esta tercera parte, se relata lo que resta del viaje.
LA FUENTE DEL FRANCÉS
Acalorado y con la frente aún palpitando, abandono el Salto del Gitano para buscar refugio en un lugar fresco, situado unos cientos de metros más abajo, justo antes de cruzar el puente del Cardenal, llamado la «Fuente del Francés». Cuando llego a la misma, una hembra de curruca cabecinegra sacude las ramas de una tuya mientras una pareja joven aparece discutiendo por la senda que baja del castillo y que desemboca junto a la fuente.
-Ya te he dicho que me vuelvo ahora mismo.
-Pero Silvía , aún tenemos reserva para otras dos noches
-Pues llamas a esa pelandusca y las pasas con ella.
– Mujer, solo trataba de ser amable.
-Decirle que estaba preciosa no es amabilidad, es pasarte cuatro pueblos. «Preciosa, preciosa», repetía con tono de burla. Pero si parece una señal de stop, toda finústica y ¡con esa cara de pan!, tan roja y tan redonda.
Los veo alejarse, mientras me refresco en la fuente y decido sentarme un rato a descansar. Un joven macho de mirlo debió pensar lo mismo y se acercó a beber agua.
Reflexiono sobre el pajareo, «Birdwatching» en código internacional, y su relación con los guiris. Monfragüe es el escenario de algunas crónicas negras de este extraño vínculo, como la que da nombre a esta fuente.
A una hora y fecha similares, la siesta del 24 de abril, pero de 1979, paseaban por el puente del Cardenal el veinteañero camarógrafo parisino Alain Maurice Jonsson y su compañero Gérard Porcher Philippe, cuando vieron caer al agua lo que debía ser un cernícalo o halcón. Fue una caída accidental y el animal aleteaba, desesperadamente, para no hundirse en el río. Ésta dramática imagen, contrastaba en mi mente con el apacible baño, que el mirlo que llevo un rato observando, había decidido voluntariamente darse.
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EL BAÑO DE LOS PÁJAROS
Con el fin de rescatar al ave que se estaba ahogando, Alain se ató a la cintura una cuerda de 15 metros que tenía y le pidió a su compañero Gérard que la sujetara desde la orilla, mientras él se sumergía en el Tajo. Se aproximó al ave, pero como aún no llegaba a alcanzarla, Alain gritó a su compañero que soltara la cuerda. Gérard obedeció y pudo ver como Alain y el pequeño halcón desparecían, engullidos por un remolino del río, para emerger unos segundos después unos metros aguas abajo. El río en este tramo lleva mucha corriente y las lluvias primaverales habían aumentado el caudal hasta una profundidad aproximada de 30 metros. Como no sabía nadar, Gérard fue corriendo al coche para coger la rueda de repuesto y lanzársela a Alain, pero cuando llegó ya era demasiado tarde. Ya no quedaba rastro del joven francés.
Ahora veo un herrerillo que también se ha acercado a la fuente a hidratarse.
Se montó un dispositivo de búsqueda con la Guardia Civil y vecinos de la comarca que duró varios días sin éxito. Parecía que el galo había desaparecido para siempre, engrosando la lista de personas fagocitadas por el río.
El herrerillo observa con envidia al mirlo bañándose y decide también lanzarse al agua.
Habían transcurrido ya dos meses desde la desaparición de Alain. Era comienzos de verano, las lluvias habían cesado y bajado el nivel del río. Gelasio González que estaba ayudando a su padre con el pastoreo de las cabras, vio el cadáver del francés enganchado a un árbol de difícil acceso, con la cuerda aún atada a su cintura.
Mientras, una hembra de pinzón vulgar ha decidido acompañar al herrerillo.
Fue el naturalista Jesús Garzón, al que Monfragüe debe en buena parte su condición de espacio natural protegido, el que se acercó con una barca con motor y rescató del árbol el cadáver del joven Alain. Fue enterrado en el cementerio de Torrejón el Rubio y se oficiaron dos misas en su honor, una en el puente del Cardenal y otra en Torrejón. En 1998 los padres de Alain desenterraron a su hijo, lo incineraron y esparcieron sus cenizas en Villanueva de la Serena. Hoy, en el lugar donde se encontró el cuerpo sin vida del muchacho, se halla esta fuente, denominada la «Fuente del Francés» en su recuerdo.
Abandonan el baño el herrerillo y la hembra de pinzón e inmediatamente ocupa su lugar un carbonero común.
Me parece de justicia poética el hecho de que la trágica aventura del francés, convertido ya en un mártir del conservacionismo, sea ahora un lugar de solaz para aves y personas, porque de eso va esta historia, de personas que aman a las aves. En concordancia con este pensamiento, observo con regocijo como otro pinzón, esta vez un precioso macho, se une al carbonero.
Todos los amantes de las aves sabemos que es relativamente común que estas se bañen. Forma parte del cuidado de su preciado plumaje. Pero el espectáculo que estaba contemplando, por su duración, intensidad y diversidad, no lo había visto nunca, en más de cinco décadas que llevo observando aves. Los pájaros se iban sucediendo en el baño, ajenos a la gente que, intermitentemente, se acercaba a la fuente. Sólo, cuando la proximidad era temeraria, se alejaban un poco, en lo que parecía más un acto de respeto que de miedo, para volver de nuevo con su tarea en cuanto las personas se daban la vuelta. Es como si supieran que estaban en un lugar seguro. Pensé que, quizás Alain, había decidido morar para siempre en este hermoso lugar y extendía su aura protectora sobre sus amados habitantes alados.
Veo como llega otro macho de pinzón, muy macarra, que echa de malos modos al otro pinzón del baño.
Al instante comprendí la razón de su comportamiento. Estaba claro que necesitaba estar solo porque estaba decidido a pegarse un baño de antología.
Comenzó a revolcarse en el agua con una fruición inusitada
De repente, la pequeña charca era un escenario de acrobacias donde solo cabía movimiento y color.
Cuando hubo acabado su baño el plumaje del pinzón relucía en todo su esplendor y los colores parecían mucho más vivos. Me echó una última mirada antes de abandonar definitivamente la charca.
Pensé que ya era hora de dirigirme al camping que está en la carretera de Plasencia. Necesitaba un sitio donde pasar la noche por la prohibición de pernoctar en el parque y porque tampoco era cuestión de pasar dos noches seguidas en vela. La fuente me tenía reservado un regalo de despedida, como si no hubiese tenido suficiente con la exhibición que ya me había ofrecido: un precioso ejemplar de picogordo se acercó a beber agua.
EN EL CAMPING
Cuando llego al camping el sol ya está en el horizonte. Estaba completo pero, por suerte, aún quedaba algún hueco para autocaravanas que solo quieren pernoctar, sin enganche a luz y agua que, por otra parte, yo no necesitaba, ya que había repostado agua en la fuente y tenía las baterías cargadas . Me sorprende que continúe el festival de guiris y pájaros dentro del camping. Los primeros repartidos por el camping y los segundos, sobre todo aviones roqueros, con un trasiego constante a los innumerables nidos de barro que colman los aleros de los edificios.
Veo a la pareja, que discutía en la fuente, en actitud mucho más acaramelada. Almibarados y bien acicalados. Constato que ya habían resuelto el ataque de celos y la reconciliación presagiaba una gran noche. Al fin y al cabo estamos en la estación del amor. Siento nostalgia de esa juventud ya lejana y la fuerza de la libido como motor que mueve la vida, mientras observo, como un voyeur de parque, a dos gorriones echando un kiki encima del tejado de la recepción. Me voy a dormir con el pensamiento de que es muy hermosa la vida.
LA PORTILLA DEL TIÉTAR
Habiendo, por fin, descansado debidamente, me dirijo al otro gran mirador de Monfragüe: la Portilla del Tiétar. Se sitúa en una de las entradas del parque, al nordeste del mismo, por la EX-389, en el término municipal de Malpartida de Plasencia. Es más pequeño y menos espectacular que el «Salto del Gitano», pero el río, en este caso el Tiétar, es menos ancho y está más encajonado que el Tajo, por lo que podemos ver, si cabe, más cerca las aves que pueblan la mole de roca con el característico relieve de cuarcita y pizarra que se sitúa de frente, al otro lado del río.
Una de las características de los miradores de Monfragüe es que, exceptuando el Salto del Gitano, son de reducido tamaño y se pasa mucho tiempo localizando y observando las aves, por lo que es fácil entablar conversación con las personas con las que se coincide y con las que, además, se comparte un interés común. Cuando alguien ve algo digno de reseñar lo comunica y de este modo, entre todos, se acaban localizando a todas las especies que en ese momento se pueden observar. Fue así como conocí a Noah , un alemán de Stuttgart.
Mientras fotografío a un buitre volando muy bajo, casi rozando las jaras y cantuesos en flor, en una escena que se me antojaba bellísima, Noah me contaba, en un castellano muy imperfecto pero entendible, como tuvo conocimiento de la existencia de Monfragüe. Fue a través de su profesor, Klaus, en la universidad de Stuttgart. Klaus, me dijo, venía cuando podía y grababa las aves en vídeo, para luego mostrarlos en sus clases. Así fue como tuvo conocimiento Noah del águila imperial ibérica y su dramática, entonces, situación poblacional.
Un alimoche pasa volando para posarse, poco después, en lo alto del cantil.
Las palabras de Noah reafirman mi idea sobre el vínculo de Monfragüe y los extranjeros. Se estima que más de 15.000 visitan el parque cada año. Con tanto visitante foráneo no es de extrañar, pues, que existan algunas historias trágicas. La del francés Alain Maurice Jonsson, no es la única.
El 8 de noviembre de 2011 es encontrado en el aparcamiento del Centro de Visitantes de Monfragüe, en Villareal de San Carlos, el turismo que el ciudadano finlandés de 44 años, Passi Pulkkinen, había alquilado en una agencia en Madrid. Fue esta misma empresa la que había alertado a las autoridades, ya que debía haber entregado el coche el 31 de octubre. Dentro del automóvil se encontró su documentación, un ordenador personal y una cámara de fotos.
El 17 de noviembre se inicia un dispositivo de búsqueda por tierra, aguas del Tajo y aire. El operativo formado por más de cincuenta personas, entre miembros de la Guardia Civil , guardas del parque nacional, perros, helicópteros y barcas, concluyó sin éxito.
La desaparición despertó gran interés en la prensa finesa, ya que no era la primera vez que Passi desparecía. De hecho las pesquisas policiales, a través de la embajada de Finlandia en España, averiguaron que aún se estaba buscando a este ciudadano en su país, tras su desaparición en un bosque algunos meses atrás. Tras su búsqueda y la petición de colaboración ciudadana para dar con su paradero, el detective Kimmo Hyvvaerinen, inspector jefe de la policía del distrito de Ita-Uusimaa (cerca de Helsinki) declaró que se había perdido completamente su rastro hasta el momento de la aparición del turismo alquilado en Villareal.
El cadáver fue hallado por unos senderistas 40 días después en el paraje denominado «Collado del lobo», en el camino de Serradilla, a unas dos horas a pie de Villareal de San Carlos. La autopsia reveló muerte por causas naturales, compatible con la jeringuilla e insulina que fueron encontrados junto a su cuerpo sin vida. No obstante, el misterio sigue envolviendo los últimos meses de vida de Passi y muchos interrogantes que, probablemente, seguirán sin resolver.
Noah me alerta de que una lavandera blanca se ha posado en las rocas de la orilla próxima del río.
Casi sin darnos cuenta, ha transcurrido la mañana. Noah se despide después de intercambiar nuestros números de móvil con el fin de poder compartir las fotografías. Tras su marcha me dirijo al observatorio de madera que se encuentra en este mirador.
Una vez más me asombra la confianza que las aves muestran en Monfragüe. Bajo el techo del observatorio, a una altura de apenas dos metros, unos aviones roqueros estaban incubando sus huevos. Con tan solo estirar el brazo podías tocar el nido. La accesibilidad del mismo y el hecho de encontrarse en un lugar cerrado y tan concurrido, no deja de ser chocante. Echo un vistazo por la ventana del observatorio y veo una garza real en la otra orilla del río.
ADIÓS, MI QUERIDA BABEL
Voy pensando que ya es hora de dar por concluido el viaje. Han sido solo dos días pero, por la variedad e intensidad de las experiencias vividas, me han parecido muchos más. He estado en Monfragüe en otras ocasiones y siempre con el mismo resultado completamente satisfactorio. Es un lugar único en Europa donde, en un espacio relativamente pequeño, podemos encontrar una gran diversidad de hábitats y una inusual concentración de aves. Tanto si eres aficionado a éstas como si no, te animo a que lo visites si aún no lo conoces, seguro que no te decepcionará.
Es por ello que su fama atrae a visitantes de todos los rincones del mundo y suelen repetir. Quizás no sea la «puerta de Dios», significado del mito bíblico de Babel, pero lo que si es seguro es que se hablan más lenguas que en Babilonia, en lo que se ha convertido también, en un lugar de peregrinación en torno a un objetivo mucho más profano pero igual de digno: las aves.
Conduciendo por la EX-389, hace ya algunos kilómetros que he sobrepasado los límites del parque, cuando encuentro cuatro turismos orillados en el margen de la estrecha carretera. Por las matrículas deduzco que son belgas y sé lo que eso significa: pájaros a la vista. Aparco detrás y cámara en mano, me uno al grupo, de unas doce personas, que se extienden a lo largo de la cerca de piedra que bordea una finca ganadera de pasto con encinas muy dispersas y un nutrido grupo de colmenas.
-Bonjour, quels oiseaux voyez-vous? Pregunto, mientras ya escucho el repetitivo gorjeo agudo de los abejarucos.
-Les guêpiers, ils sont si beaux !. Me responde sonriendo una mujer, mientras me dirige una mirada con unos penetrantes ojos azules.
-Ah vale!, contesto un poco decepcionado. Me esperaba otra cosa. Estoy acostumbrado a ver los abejarucos todos los días en la casa forestal que habito, donde hay una olmeda que utilizan como dormidero. Además, estaban demasiado lejos para que la fotografía resultante tuviera una composición aceptable.
Un abejaruco se posa próximo en un cable. Instintivamente apunto y disparo. Sé que es ya la millonésima foto de un abejaruco que hago y encima posado en un cable. Detesto fotografiar pájaros sobre cables, sin embargo, una vez más, no puedo resistirme a hacerlo. ¡Es tan, tan bonito!. Pues eso.
2 comentarios
Juan Ramón, como siempre, las fotografías, preciosas que, unidas a la poética narrativa y a la información que aportas, da como resultado la trilogía de este magnífico reportaje sobre Monfragüe.
Muchas gracias querido amigo. Me encanta que te haya gustado y que lo hayas expresado, tan bien, en este mensaje. Ha sido una alegría, en esta mañana de verano, imaginarte, feliz supongo, en tu amado pueblo, entre la dulce canción del río y el fugaz vuelo de una cigüeña negra. Estoy deseando ir contigo para compartirlo. Un abrazo Martín.