«Los charranes de San Pedro del Pinatar» es una publicación sobre dos especies de charranes que crían en pocos y concretos enclaves mediterráneos ibéricos y San Pedro del Pinatar es uno de ellos. A través de fotografías realizadas en una colonia reproductora de charranes en esta localidad, vamos a conocer dos especies de charranes, charrán común y charrancito y que son, junto al charrán patinegro, las únicas especies de charranes (excluyendo pagazas y fumareles que son de la misma familia) que nidifican en la península ibérica. Esta es la primera de varias publicaciones que ilustrarán la vida en la colonia y es una entrada muy visual, con veintiséis fotografías y poco texto que sirve de apoyo a las mismas.
LA LAGUNA DEL COTERILLO
Apenas faltan un par de horas para que se ponga el sol y como de costumbre a esta hora, cuando estoy en San Pedro, salgo a fotografiar. En esta ocasión me dirijo a la laguna del «Coterillo», lugar próximo a la playa mediterránea del «Mojón» y que tiene un observatorio de aves.
Hace dos años que se echaron varios camiones de tierra en esta laguna con la intención de construir un islote artificial que, hasta este año, carecía de vegetación y era poco frecuentado por las aves. No había visitado este lugar desde el verano pasado y hoy me encuentro con la enorme sorpresa que, además de estar ya cubierto de vegetación, hay una intensa actividad en su interior y una gran cantidad de pájaros sobre la misma.
UNA COLONIA MIXTA DE CRÍA
Un rápido vistazo con los prismáticos es suficiente para constatar que se trata de charranes y todo indica que están criando. Hay varias parejas en su interior y mucho trasiego de aves que entran y salen del islote. Al lado del sendero que conduce al observatorio me siento en el suelo enfrente del islote, agazapado entre la vegetación, dispuesto a disfrutar de lo que ya sé que será una gran sesión de fotografía de naturaleza.
El interior del islote está repleto de aves con un patrón de distribución agrupada, en el que cada pareja ocupa una pequeña porción de terreno y con una escasa separación, de precisión casi matemática, entre cada una. Esta distancia puede ser mínima, hasta 0,5 m, pero lo habitual es que sea alrededor de dos metros, como es el caso de esta colonia.
Sobre el islote la actividad es también incesante y el cielo es un aparente caos de charranes moviéndose en todas direcciones. Este agrupamiento en colonias de cría, responde a una estrategia de defensa frente a depredadores. Basta que aparezca un potencial depredador, como una gaviota, para que todas las aves levanten el vuelo, revoloteando a su alrededor y atacándolo hasta que el intruso, completamente confundido y molesto, acaba por alejarse.
CHARRÁN COMÚN
Pongo el teleobjetivo con la intención de buscar los detalles dentro de la trepidante actividad. Lo primero que llama mi atención es que la mayoría de las aves vienen cargadas.
Tanto es así, que cuesta trabajo encontrar un charrán que no lleve un pez en el pico, como se ve en la siguiente fotografía.
Lo segundo que descubro y puede apreciarse en la fotografía anterior, es que se trata de una colonia de cría mixta de dos especies diferentes: Charrán común (Sterna hirundo) y Charrancito (Sternula albifrons).
En esta foto, de un charrán común posado, puede apreciarse una característica que nos permite distinguir esta especie de las otras dos especies de charranes de pico y patas rojas (charrán ártico y charrán rosado, presentes en la península, pero no nidificantes) y es que en el charrán común no sobresale la cola por debajo de las alas, mientras que en el ártico y rosado si lo hace. En la siguiente foto puede apreciarse mejor aún este detalle.
Otra característica que podemos observar en vuelo es que tiene la cola ahorquillada como las golondrinas. Aunque evolutivamente no tienen nada que ver, ambos grupos comparten un patrón de forma parecido, como se pone de manifiesto en la siguiente imagen, en la que la silueta del charrán es un calco de la de una golondrina.
Además de la cola, tienen el mismo diseño aerodinámico, con alas estrechas y alargadas en en forma de «V», lo que les dota de una enorme capacidad para volar, como corresponde a especies que son capaces de pasar muchos días seguidos en vuelo, comiendo y bebiendo sin posarse, durante sus migraciones. Un pariente cercano, el charrán ártico, cría por encima del Círculo Polar Ártico e inverna en el polo opuesto, en las aguas que rodean la Antártida y sus costas. Es una de las migraciones más largas del planeta y recorren, todos los años, 20.000 km de ida y otros 20.000 km de vuelta.
A este parecido con las golondrinas debe su nombre científico de especie, hirundo, que significa «golondrina» en latín y por eso también se conoce a los charranes como golondrinas de mar. Tanto la imagen anterior como la siguiente, ilustran este patrón aerodinámico del charrán común. En la imagen anterior también podemos observar otra peculiaridad del charrán común: en vuelo y a contraluz, algunas plumas se muestran translúcidas.
Estas características hacen del charrán común un ágil volador, capaz de realizar descensos vertiginosos y giros bruscos, pero también planeos y despegue vertical. Durante la migración vuela a una altitud comprendida entre los 1000 y 3000 metros y a una velocidad promedio de 43-54 km/h.
CHARRANCITO
La otra especie presente en la colonia es el charrancito y ya le dediqué una publicación en este enlace . Tiene unas características similares, en cuanto al diseño en sus formas, al charrán común, pero aparecen diferencias que permiten distinguir sin confusión ambas especies.
Lo primero que sobresale es el color del pico, que en el charrancito es amarillo. Otra cualidad muy notable y diferencial en el plumaje de verano de ambas especies, es que el charrancito tiene la frente blanca y a esto se debe su nombre científico (Sternula albifrons).
Pero, como se aprecia en esta fotografía, la principal diferencia entre ambas especies es su tamaño, que es notablemente inferior en el charrancito. En la siguiente imagen podemos comparar el tamaño en vuelo de ambos.
EL TERRITORIO DE CRÍA
Pero comencemos esta historia desde el principio. Estos charranes, veraneantes en San Pedro del Pinatar, pueden proceder de latitudes ecuatoriales o del hemisferio sur, ya que sus cuarteles de invernada llegan a Sudáfrica, Patagonia y Nueva Zelanda y son capaces de recorrer grandes distancias. Registros hechos en América del Sur y las Azores, demuestran que estas aves pueden cruzar el Atlántico en cualquiera de sus migraciones. Un charrán común anillado en su nido, en Suecia, fue encontrado muerto cinco meses más tarde en Nueva Zelanda, a 25.000 km de distancia.
No es casual que hayan elegido esta localidad murciana, ni es la primera vez que lo hacen, aunque sí se estrenen en este islote. En otras ocasiones se han instalado pequeñas colonias en la zona de «Las Encañizadas», al lado del Mar Menor.
El hábitat idóneo que esta especie requiere para nidificar, son zonas con vegetación baja, adaptada a la longitud de sus patas, pero lo suficientemente alta para poderse ocultar los pollos y con alta disponibilidad de recursos tróficos para cubrir la elevada ingesta de la prole. Son justo las características del islote, con rala vegetación y situado a menos de 200 metros del mar mediterráneo y a 1.500 del mar menor, ambos abundantes en peces, su dieta casi exclusiva (también come crustáceos y pequeños invertebrados, aunque en muy poca cantidad).
LA PAREJA
Cuando los charranes comunes llegan al territorio de cría, se pasan varios días prospectando el mismo para elegir, adecuadamente, el lugar definitivo en el que se instalarán. Una vez establecido el territorio, es el macho el que elige el emplazamiento del nido y se unirá a la misma hembra del año anterior, siempre que venga antes de los cinco días posteriores a su llegada. Transcurrido este plazo si no ha llegado, dado que la reproducción urge y pueden haber ocurrido múltiples circunstancias adversas, incluida la propia muerte, la naturaleza sabiamente ha dispuesto que pueda unirse a otra hembra.
Y es a partir de ahora, como también ocurre en nuestra especie, que comienza la historia de verdad. Vendrá el vistoso cortejo, las repetidas cópulas, la puesta e incubación de los huevos, el nacimiento de los pollos, su crianza y los primeros vuelos.
Pero eso es una historia muy larga que no cabe en ésta. A través del visor de la cámara se despliega ante mis ojos la vida de las diferentes familias en su territorio de habitaciones contiguas, a las que puedo espiar como en una «13 rue Percebe» para adultos. Por esta ventana indiscreta veo sexo y amor, pero también peleas. Constato escenas de expectativas y desengaños, agresividad en ciertas ocasiones, pero también mucha ternura. Es, en definitiva, un mirador al mundo salvaje que me hará disfrutar con bellas y espectaculares imágenes durante varias sesiones sucesivas.
FIN DE JORNADA
Llevo ya dos horas sentado en cuclillas sin apenas moverme y el ciático me está diciendo a voz en grito que se está acabando el tiempo de jugar a ser David Attenborough, pero la fascinación de las imágenes que se suceden ante mis ojos me impide levantarme, a pesar de que el entumecimiento corporal ya es doloroso. Es la falta de luz, que no me deja captar el movimiento rápido de los charranes con ISOs razonables, la que acaba con la sesión fotográfica y me obliga a moverme. Pero antes, tomo una última imagen en la colonia.
Los charranes tienen su propia maldición bíblica, como nosotros, solo que no es una manzana sino un pez y es el macho, no la hembra, el responsable de la tentación. Si ella acepta el pez que el macho le ofrece, es más que «un solo si es si», es el equivalente a todo un compromiso de boda. Este acto es el que desencadena el comportamiento reproductor y el inicio del cortejo, muy vistoso, por cierto, como veremos en la siguiente publicación, «El cortejo terrestre del charrán común».
Ya me estoy alejando de la colonia y comienza el habitual éxodo de los flamencos hacia los dormideros. Es una imagen que aquí se repite todos los atardeceres del año, por lo que la he fotografiado cientos de veces. Pero una vez más, el contraste cromático de estas aves con la magnífica luz dorada pinatarense me obliga a encender de nuevo la cámara y capturar la que creo será la última imagen del día.
Pero me equivocaba. Ya había recorrido las pocas decenas de metros que separan el emplazamiento donde me encontraba del parking del Coterillo, cuando me encuentro otra imagen que también es muy habitual en los atardeceres de las salinas y que tampoco pude resistirme a fotografiar. Con las fotografías ocurre como con las copas: siempre queda la última.
Acabo de presenciar un compromiso de pareja en la colonia de charranes y me encuentro con otro en la colonia de humanos. El amor es hermoso en todas las especies y en cualquiera de sus múltiples manifestaciones. Es la fuerza poderosa que empuja a los charranes a recorrer miles de kilómetros, superando todo tipo de obstáculos, para emparejarse. Decimos que es instinto, pero su intensidad y determinación nada tiene que envidiar a las que atesoramos los humanos en este aspecto. También en nosotros es instintivo, pero eso no resta ni un ápice el valor que tiene. Es la energía que mantiene la vida y una de las más maravillosas experiencias que nos regala. Si los charranes pudiesen hablar, estoy seguro que también estarían de acuerdo.
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