“La representación de la Naturaleza» es la segunda parte de una narración sobre dos días de estancia en Monfragüe. En la primera parte “Una noche en Monfragüe” se narraba el transcurso de una noche entera dedicada a la fotografía nocturna. En esta segunda parte se relata una estancia de varias horas en el Salto del Gitano, el enclave más representativo del parque, un santuario de las aves y un lugar de peregrinación para aficionados a la ornitología de todo el mundo. Dejo para una próxima publicación la narración de lo que resta del viaje.
BUITRES POR DOQUIER.
Cuando llego al “Salto del gitano”, sin haber dormido apenas, ya hace más de dos horas que ha salido el sol y los buitres ya están cicleando. Armado de prismáticos y cámara con teleobjetivo, me dispongo a fotografiar las diferentes especies que, desde este punto, es fácil observar. Cuando salgo y cierro la furgoneta, se parte la llave. Sólo llevaba encima una llave, que es la misma para todas las puertas y el contacto. Mi mente proyecta la secuencia: aviso al seguro, transporte de la furgoneta al taller y taxi hasta casa. Fin del viaje. Contrariado, me pongo en modo zen y decido que, en este momento, nada me impide hacer lo que tenía pensado. Un buitre leonado se posa relativamente cerca, en Peña Falcon, me voy a retratarlo y procrastinando, que es gerundio.
¿EL ÚLTIMO, POR FAVOR?
Es viernes por la mañana, preludio del puente de primeros de mayo, pero el mirador ya está atestado. Ya no hay huecos en el parking y un minibús y tres todoterrenos de guías del parque, han descargado ya su mercancía. Se superponen conversaciones en diferentes idiomas, en un ruidoso bullicio, que contrasta con el silencio del que había disfrutado en plena soledad pocas horas antes.
Me pongo a la cola, justo detrás de un grupo de franceses de uno de los todoterreno. Estamos al lado de la pasarela pero todavía alejados de la parte más baja del mirador y más próxima al emplazamiento de los nidos. Una garza real sobrevuela el Tajo, acompañada de una sinfonía de clics de obturadores.
Una pareja de ingleses de mediana edad se coloca al lado mío. Ella escrudiña el terreno con unos prismáticos swarovski y consulta intermitente su guía de aves Peterson. El bastante tiene con sujetar su cámara de fotos con el teleobjetivo más grande que jamás he visto y que, inmediatamente, asocio con el telescopio Hubble, eso sí, perfectamente envuelto en cinta de camuflaje, como si fuera posible poder ocultar eso, que sería capaz de ver hasta un topo en plena oscuridad. La cámara era tan extravagante como su portador : calcetines hasta las huesudas rodillas, pantalones cortos y camisa safari de color beige. Todo impoluto y perfectamente planchado, como Indiana Jones al comenzar el rodaje.
«Kite», exclama la mujer señalando hacia abajo. Miro por el visor y un milano real se ha posado a la orilla del Tajo.
Seguimos descendiendo por el largo mirador observando todo lo que se mueve. Un verderón se posa tan cerca que solo su cabeza entra en el encuadre.
Los buitres siguen con sus idas y venidas y se posan en el cantil próximo al mirador. Los colores del buitre, azul y naranja, son los mismos tonos que la cuarcita armoricana sobre la que descansa y ambos responden al patrón de colores complementarios. El verde, de los líquenes y la vegetación, pone el contrapunto cromático.
Al descender de la roca el buitre pasa tan cerca de nuestras cabezas que levanta un murmullo de admiración entre los presentes: «Ohhhh», mientras, mi vecina francesa, con un tono emocionado exclama: «Oh la la, une telle beauté n’est pas possible».
Unos minutos después, oigo decir al guía de los franceses: «Regardez bien derrière, l’avion rocheux» y, en ese preciso instante, yo solo veo más estrellas que las que había visto la noche anterior. Al oír al guía, todos los franceses se volvieron, y por imitación supongo, Indiana Jones hizo lo propio, endiñándome con el Hubble en toda la frente. «Sorry Sorry. Are you okay? me dice, mientras de reojo inspecciona su bazoka en busca de algún desperfecto. Tocando mi dolorida frente, insinúo un forzado gesto de no pasa nada, mientras me acuerdo del Brexit, , de la Thatcher, de los hooligans, de Magaluf, del balconing y hasta de la Armada Invencible. Pienso que los ingleses son todos unos hijos de la Gran Bretaña.
Cuando me recupero miro yo también detrás y veo que, efectivamente, había aviones roqueros en las rocas del otro lado de la carretera, mientras pasa un coche en el que está sonando Blackbird de los Beatles… «Blackbird singing in the dead of night«… Me acuerdo también de los Rolling Stones, de Ken Loach, de Oscar Wilde y de Shakespeare. Parece que Inglaterra ha dado también muchas cosas buenas. Me reconcilio de nuevo con los ingleses.
Regreso a la autocaravana a hacerme una cura de urgencia y tratar de evitar el chichón. Lo único suficientemente frío que encuentro, es un bote de cerveza que me pongo en la frente. Llamo al seguro y me dicen lo que había pensado. Les propongo que, ya que el taxi para llevarme es inevitable, porqué no va éste a mi domicilio, recoge la segunda llave y me la trae, así se ahorran la grúa de la camper. Aceptan y me hacen feliz, el viaje continúa. Para celebrarlo y, ya que lo he sacado, me bebo el bote de cerveza, mientras que por la ventana observo un macho de verdecillo de espaldas, posado en una rama seca. Cojo la cámara, ajusto parámetros y disparo.
LA REPRESENTACIÓN DE LA NATURALEZA
Dispongo, como poco, de casi tres horas hasta que venga el taxi con la llave. Ya hace calor y el mirador está más despejado. Me voy a la parte más baja, situada enfrente del cantil y a media altura de éste. Desde aquí, la vista es magnífica: rocas y árboles aislados en la ladera situada debajo y el río a continuación, hasta Peña Falcón, la enorme y preciosa formación de roca que cubre todo el frente. Un escenario perfecto para la observación de aves desde todos los ángulos posibles.
A simple vista, solo se ven los conspicuos vuelos de los buitres y, muchas veces, es todo lo que ven los turistas no interesados en las aves. Pero el iniciado sabe que entre los pliegues, oquedades y salientes de las cuarcitas se pueden observar escenas muy difíciles de ver en la naturaleza y que son las responsables de su merecida fama entre los aficionados a la ornitología. Basta coger unos prismáticos, seguir el vuelo de las aves hasta el cantil y ¡Voilà!, comienza la representación.
Una cigüeña negra se afana en ahuecar cuidadosamente su nido nido con tres huevos.
En el siguiente vídeo, que casualmente es el mismo nido de este año, puedes verla en acción
¿Lograran eclosionar los huevos? ¿lo harán los tres o habrá pérdidas?. En el siguiente vídeo, grabado hace pocos días puedes encontrar las respuestas.
No muy lejos del nido de la cigüeña negra, unos buitres leonados están de labores en su propio nido. Vemos un individuo que aporta una rama al nido. Las diferencias observadas entre ambos, no son debidas al sexo, ya que ambos sexos son prácticamente iguales, sino a la diferencia de edad. El individuo del fondo es más joven porque su plumaje y su pico son más oscuros.
Parece que uno, al estar echado, está incubando el huevo (casi siempre es uno, muy raramente dos) Esperé a que se levantara a ver si lo veía, pero no fue posible.
Sigo observando y, en una hermosa cueva, localizo otro nido de cigüeña negra.
Solo se observa un ejemplar que no podemos saber el sexo porque, como el buitre leonado, la cigüeña negra carece de dimorfismo sexual. Lo que si parece es que no hay huevos, lo que supone un retraso notable en la puesta y cuestiona el éxito reproductor de esta pareja en este año. Un poco por debajo, pero muy próximo, parece que hay otro nido de buitre leonado, aunque parcialmente oculto. Curiosamente, también he encontrado un vídeo del mismo nido que dejo a continuación.
La cigüeña negra en España está catalogada como «Vulnerable». Existen 322 parejas reproductoras, de las que más de la mitad están en Extremadura. Es un auténtico privilegio contar con un lugar como éste, en el que poder observarlas con tanta claridad y sin poner en riesgo la cría.
TRACA FINAL
Un buitre se posa en una roca debajo del mirador. Los colores de la roca y su silueta contrastada con el verde del agua, me parecen tan hermosos que no puedo resistir la tentación de fotografiarlo, aunque ya llevo unas cuantas decenas de fotos de buitres.
Recibo la llamada del taxi que ya está en el parking y voy a su encuentro. Se trata de un matrimonio ya mayor de Illescas. Me entregan la llave y me cuentan que no conocían Monfragüe. «Estáis de suerte» les digo «Váis a cobrar por venir a un sitio por el que normalmente la gente paga». Me sonríen mientras se despiden sin tener en cuenta mis palabras, porque les veo alejarse en el coche sin ni siquiera echar un vistazo. Compruebo que la llave funciona y, como despedida del Salto del Gitano, decido echar una última mirada.
Como adiós, este maravilloso lugar me obsequia con la presencia de un roquero solitario que, como fuegos artificiales, pone una nota de color al final del espectáculo. Salgo con la cabeza llena de imágenes de una asombrosa actuación animal en un escenario grandioso. La representación de la naturaleza en su máxima expresión, el mayor espectáculo del mundo. Con algo de pena dejo atrás Peña Falcó y me dirijo hacia otro lugar que me tiene reservada otra sorpresa, aunque aún yo no lo sé. Pero eso es otro cantar que contaré próximamente en la siguiente publicación que completa el tríptico de Monfragüe: «El baño de los pájaros».
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