introducción
El paisaje manchego son grandes espacios abiertos cubiertos de cultivos y poco arbolados, en un relieve llano de escasas elevaciones y de poca altura, algunas con monumentos como castillos o molinos, que configuran horizontes rectos y lejanos. Esta es la visión general del viajero desde las autovías y carreteras que cruzan la Mancha, un territorio común de paso, hacia Levante o Andalucía.
Pero el manchego, como cualquier otro paisaje, surge de un espacio geográfico que es el resultado de una interacción permanente entre sus componentes naturales, sociales, culturales, políticos y económicos. Así, cuando contemplamos ese paisaje, estamos viendo también un determinado régimen de propiedad de la tierra por la dimensión de sus parcelas; políticas agrarias emprendidas por el tipo de cultivos que aparecen, así como otras iniciativas administrativas como reforestaciones o la concentración parcelaria. También reconoceremos manifestaciones culturales e históricas en las construcciones y monumentos que vemos; o ambientales por el tipo de vegetación natural o animales que observamos… por poner solo algunos ejemplos.
El paisaje manchego tiene unas características morfológicas y funcionales concretas, es decir, tiene una apariencia diferencial que lo hace reconocible frente a otros paisajes. Y eso que la Mancha es un gran espacio geográfico que abarca territorios muy diferentes, desde rurales y eminentemente agrícolas, como la Mancha central, hasta industriales y mucho más poblados como La Sagra. Pero los paisajes de ambos tienen unos elementos comunes y un aspecto parejo.
La noción de paisaje requiere la figura de un observador y un espacio observado y se refiere, sobre todo, a como es percibido ese espacio. El paisaje, por tanto, es una experiencia relacionada con los sentidos, sobre todo con la mirada. Es lo que alcanza la visión, pero también lo que llega a los demás sentidos. En cualquier paisaje percibimos formas, volúmenes o colores, pero también texturas, sonidos u olores.
Esta es la dimensión del paisaje que va encontrar el lector en esta publicación, lo que percibe la mirada del observador. Es por ello que el relato transita entre dos reinos, el físico y el emocional, como no puede ser de otra manera. Cualquier paisaje tiene unos ingredientes tangibles (clima, relieve, vegetación, etc.), pero su percepción siempre es emocional y está relacionada con las vivencias personales y culturales de quien lo contempla. Mi visión del paisaje manchego no tiene nada que ver con la de un turista inglés que lo observa por primera vez y la visión de este mismo turista es muy diferente a si ha leído o no el Quijote, por ejemplo.
El relato está documentado gráficamente con cuarenta y ocho imágenes, la mayoría fotografías que he realizado ad hoc. Pero también he incluido trece imágenes que he generado con Inteligencia Artificial (IA), y a diferencia de ocasiones anteriores, no revelo cuales son hasta el final. El propósito es que sea el lector el que haga este ejercicio de discernimiento y extraiga sus propios juicios. Algunas le resultarán muy obvias, pero otras quizás no tanto. Concluido el relato, tanto por respeto al lector como por honestidad y ética profesional, dejaré las miniaturas de las imágenes que he realizado con IA.
el PAISAJE manchego
Era una mañana de agosto en mi pueblo. Yo estaba de vacaciones en casa de mis abuelos y había ido a buscar a un amigo, residente en Asturias y que también estaba de vacaciones en casa de sus abuelos. Su abuelo ya había venido del campo y acababa de dejar la mula en el establo, pasturando su ración de paja y cebada. El sol azotaba sin piedad e iluminaba el encalado patio, envolviéndolo con una luz intensa y de una blancura cegadora, en un ambiente abrasador. Mi amigo y su abuelo discutían sobre el paisaje.
–Pero abuelo ¿Cómo va a comparar usted el paisaje asturiano, tan verde, con sus altas montañas y sus bosques, con éste más seco que la mojama, con pocos árboles y completamente plano?- El adolescente lanzó irónicamente la pregunta, con el convencimiento y energía propios de su edad.
El anciano, con sus grandes y rugosas manos, estiró de las esquinas inferiores de su chaleco, en un acto reflejo para, inmediatamente, asir una de las puntas del pañuelo de cuadros que pendía de su cuello y secarse las gotas de sudor que, como rocío, brillaban entre los profundos surcos de su frente, los pocos que una boina negra y bien calada, dejaba al descubierto.
-No te digo que no sea más bonito el paisaje asturiano, hermoso. Yo no entiendo de paisajes porque he visto muy pocos, pero yo allí me ahogo. Yo necesito ver amplitud, que mi vista alcance el horizonte-, contestó pacientemente mientras se sentaba en un destartalado sillón de mimbre y, con el movimiento, reavivó un intenso olor a cuadra que, además de familiar, me pareció muy agradable. Una vez sentado, el hombre tiró de las dos perneras del oscuro pantalón, hasta quedar el deshilachado dobladillo a la altura de la pantorrilla, dejando al descubierto la raída lona verde que envolvía sus pies, a modo de calcetines, y unas viejas abarcas que, como el trapo, exhibían una polvorienta pátina rojiza de tierra arcillosa.
Aquella respuesta humilde, revestida de tal sinceridad que dejaba un poso de verdad, estaba construida con las palabras justas, sin adornos ni jeringonzas, pero suficientes. Fue pronunciada en un tono llano, sin apenas oscilaciones, tan solo un leve énfasis en el «mo» de «hermoso», emitido con los labios redondeados como en un beso, que denotaba cariño, pero de una manera muy discreta, casi imperceptible. Ahora, más de cincuenta años después, las identifico con esta tierra, también humilde y llana, parva en elevaciones y discreta en ornamentaciones, pero que ha sido suficiente para muchísimas generaciones e indiscutiblemente justa, porque nunca ha dejado de dar lo que tiene.
Pero entonces me dejó desconcertado. Chocaba frontalmente con la idea adolescente y romántica, que yo tenía, de remotos paisajes idílicos de postal y, por primera vez, me descubría la influencia del paisaje en las personas. Quizás por eso la conversación se quedó grabada en mi memoria, aunque tuvieron que pasar bastantes años más para que comprendiera todo el alcance y el completo significado de las palabras que aquel hombre había articulado.
LA IMPRONTA DEL PAISAJE
Y es que yo, por aquel entonces, pensaba igual que el nieto. Aunque he nacido en la Mancha, emigré con mi familia cuando apenas tenía un año, como otros muchos manchegos y, si bien siempre he mantenido un vínculo con el pueblo, que continuadamente he visitado con regularidad, mi vida había transcurrido mayoritariamente fuera del mismo.
Pero cuando comencé mi actividad profesional como agente medioambiental, quiso el destino que, precisamente, fuese a parar de nuevo a mi tierra natal.
Fue a partir de entonces cuando realmente tomé contacto con el paisaje manchego. Siguiendo el curso de las estaciones, año tras año, comencé a apreciar su diversidad y a valorar sus elementos, haciéndome consciente de su dinamismo y riqueza. Y es que el manchego es un paisaje sencillo, pero con una intensa personalidad y, al igual que ocurre con algunas personas, gana en belleza cuando lo conoces y cuanto más lo haces, más lo aprecias. No es extraño que deje una impronta en quien lo habita y resulte, como el abuelo, que hasta uno sienta que le falta el aire cuando se encuentra en paisajes más cerrados.
La Mancha es una llanura perfecta y la más extensa de la península ibérica. Ocupa el 45,7 % del territorio de Castilla-La Mancha y, además de la Mancha central, abarca los territorios de los Llanos de Albacete, la Manchuela, Campo de Montiel, Campo de Calatrava, la Mesa de Ocaña y la Sagra. Ocupa la mayor parte de las provincias de Castilla-La Mancha: Cuenca, Ciudad Real, Toledo y Albacete, excepto Guadalajara.
EL RELIEVE Y LA VEGETACIÓN MANCHEGA
Horizontalidad es la palabra que define el relieve manchego. Es una gran llanura con ligeras ondulaciones del terreno y las pocas elevaciones que existen son de escasa altura. Ello configura paisajes muy abiertos, en los que el cielo adquiere gran importancia.
En la vegetación predominan los cultivos (olivos, almendros, pistachos, vid, cereal, pipas oleaginosas, etc.), pero se mantienen algunos reductos de monte mediterráneo y muchas encinas diseminadas por los campos de cultivo. Es la carrasca, como la denominamos los manchegos, el árbol dominante y el clímax de la vegetación natural. En las escasas zonas que no son cultivadas se impone la sucesión vegetal natural y acaban, con el tiempo, pobladas de encinas.
Aunque se mantiene la tríada mediterránea de vid, olivo y cereal, algunos cultivos van variando, como ocurre con los pistachos de reciente introducción. Esto ha sido así, al menos, en la historia reciente. El girasol, por ejemplo, una planta oriunda de América, no se introdujo masivamente hasta los años 60 del siglo pasado, para sustituir al barbecho en la rotación de los cereales.
Según recoge el diario ABC en su edición del 9 de noviembre de 1934, un agricultor conquense conocido como «el tío Vigüela», fue el primero en vender las semillas de girasol a los tostadores de frutos secos de Madrid, comenzando así la costumbre de comer pipas en España. En la actualidad, solo se siembran girasoles de aceite en la Mancha y todas las pipas que comemos en nuestro país son importadas de USA, Francia o China, entre otras naciones.
UN PAISAJE CINético
Puede pensarse, como le ocurría al nieto del principio de la historia, que la abundancia de cultivos y la homogeneidad del relieve conformarán un paisaje poco diverso y algo monótono, pero nada más lejos de la realidad. De los 112 tipos de paisaje que recoge el «Atlas de Paisajes de España», 26 tiene representación en Castilla-La Mancha. Aunque es el paisaje de llanuras y campiñas el predominante en la Mancha, también están presentes otras tipologías paisajísticas como monte mediterráneo de encina, vegas, riberas o humedales endorreicos.
El clima, ostensiblemente continental por la lejanía del mar, con escasas precipitaciones y una brutal oscilación térmica anual de alrededor de 50º (-10º/40º), es un elemento fundamental en la expresión del paisaje manchego, que está continuamente variando conforme se suceden las estaciones. Este paisaje, acusadamente estacional, es un escenario que se mueve, sufriendo profundas transformaciones a lo largo del año y que exhibe una gran variedad de manifestaciones diferentes asociadas al paso del tiempo cronológico.
Los colores del paisaje se van modificando con las estaciones. De este modo a finales del otoño y principio de invierno, cuando aún no ha nacido el cereal, predominan los tonos rojizos de la tierra desnuda en cultivos y barbechos que, posteriormente en primavera, se tiñen de verde, para cubrirse totalmente de amarillo pocos meses después.
En otoño el verde plateado de los olivos contrasta con el verde intenso de las vides, que ya comienzan a exhibir matices anaranjados en sus hojas, mientras subsiste el amarillo de los rastrojos que se alterna con el rojo de los barbechos.
UNA INMENSA DESPENSA
La Mancha proviene de una cuenca de sedimentación formada durante la orogenia alpina. Es una llanura miocénica sedimentaria compuesta de caliza, arcillas y margas, lo que la dota de unas condiciones excepcionales para el cultivo. Tal es su vocación alimentaria, que no es de extrañar que el pino más característico sea el pino piñonero, el único que da frutos comestibles. Es una especie autóctona y tanto aislado como formando bosquetes, es también uno de los elementos representativos del paisaje manchego.
Estos pinos se encuentran situados entre mi pueblo (Osa de la Vega, el pueblo que se ve al fondo) y la localidad cercana de Tresjuncos, así es que puse un teleobjetivo (200 mm) para fotografiar mi pueblo.
El pueblo, situado en el fondo de un suave valle, guarda la clásica estructura circular de los pueblos manchegos, con un puñado de calles dispuestas radialmente alrededor de la gran plaza central. A distancia, aparece como un conjunto lineal de casas contiguas y a la misma altura. Solo la iglesia y los grandes árboles rompen esta horizontal geometría rectilínea, que transmite equilibrio y reposo.
Seguidamente me di la vuelta, para fotografiar también Tresjuncos.
EL PAISAJE NOCTURNO MANCHEGO
Como ya he dicho, el cielo es muy notorio en el paisaje manchego y esto, lógicamente, es válido también para el cielo nocturno. Por ello, cuando fui a mi pueblo para fotografiar los pinos del apartado anterior, elegí unos días en los que fuera visible la vía láctea. Quería probar un star tracker que acababa de adquirir. Es un aparatito que contrarresta el movimiento de rotación de la Tierra y permite alargar el tiempo de exposición, sin que las estrellas aparezcan como trazas, obteniendo así más información del cielo nocturno.
Esta fotografía está hecha con un gran angular (15 mm), que es el objetivo habitual que utilizo para paisaje. Como se puede apreciar, es posible disfrutar de un cielo nocturno de calidad en muchos lugares de la Mancha (donde las poblaciones son pequeñas). Entusiasmado por el detalle que capturaba, me separé unas decenas de metros más de los pinos, con el fin de utilizar una focal más larga (28 mm) y realzar el protagonismo de la vía láctea.
Utilicé a propósito el mismo ángulo de captura, para que la composición fuese similar en ambas fotos, pero en la segunda al tener una focal mayor, el centro galáctico se ve más grande, evidenciando la importancia de la focal empleada para la composición de una imagen, como ya expliqué en «Técnicas de fotografía nocturna en la Molineta». Como también señalé en esta publicación, las estrellas tienen muchos colores diferentes, así es que, animado con los resultados que estaba obteniendo, me vine arriba y probé, por primera vez en mis fotografías de vía láctea, una focal aún más larga (75 mm) para intentar fotografiar el centro galáctico.
Obviamente, no es una fotografía de cielo profundo del telescopio Hubble, pero si muestra el inmenso colorido que tiene el cielo de noche. Ahí aparece la nebulosa de la laguna, con su precioso color magenta en el centro de la imagen, y millones de estrellas de multitud de colores diferentes. Es una pena que nuestra incapacidad para ver colores con poca luz, nos impida disfrutar de la belleza del cielo nocturno. Menos mal que disponemos de tecnología, como las cámaras fotográficas actuales, para poder apreciarlo en toda su plenitud, aunque sea en una foto.
UN PAISAJE CON HISTORIA
Hemos visto el relieve, clima, suelo y vegetación, que son los elementos naturales del paisaje. Pero la Mancha es un territorio con mucha historia, en el que los humanos hemos ido dejando nuestra huella a lo largo de los siglos. De hecho, hay dos teorías sobre el origen del topónimo «Mancha» y ambas proceden de la lengua árabe. Una es Manxa o Al-Mansha que se traduce como «tierra sin agua», y otra Manya, que significa «alta planicie» o «lugar elevado».
La huella histórica, por consiguiente, se hace patente tanto en monumentos como en elementos de arquitectura popular, que no solo forman parte del paisaje, sino que son responsables de sus señas de identidad y, en buena medida, por lo que es conocida en todo el mundo (sobre todo por la difusión del Quijote).
Iglesias, ermitas, castillos, alquerías, molinos… son ejemplos de sujetos patrimoniales abundantes en la Mancha.
La Mancha es tierra castellana. Según el mapa de castillos por provincia hay 333 castillos en Castilla-La Mancha, aunque la mayoría en ruinas, como el de Caudilla de la imagen anterior.
paisajes despoblados
Intencionadamente, he comenzado este repaso a los elementos patrimoniales del paisaje manchego en un municipio toledano completamente despoblado, Caudilla, que tiene, además del castillo en ruinas, una iglesia también abandonada. Este municipio se ha ido vaciando tras fusionarse en 1974 con Val de Santo Domingo por, como figura en el BOE de 05/01/1974, «No poder hacer frente, por falta de medios económicos, a los servicios básicos de ambos municipios por separado«.
La despoblación y la falta de servicios asociada es, aunque en menor medida que en otras partes de España, la principal amenaza de las zonas más rurales de la Mancha. Y es una pena, porque en los pueblos manchegos, como en el resto de los pueblos de España, se vive muy bien, solo se necesitan unos servicios básicos que, por la falta de gente, empiezan a escasear. Un modelo social que hacina a sus habitantes en artificiales centros urbanos y vacía el resto del territorio es, además de poco sostenible, una manera de distanciarnos de nuestra propia esencia humana. Muchos pequeños pueblos se están muriendo y, con su agonía, se escapa la posibilidad, hoy más necesaria que nunca, de una forma de vida más razonable y auténtica, basada en el contacto con la naturaleza y las personas.
Aunque no soy muy creyente, me resultó estremecedor fotografiar esta iglesia vacía, rodeada de tierra de labor, cuyo único habitante era una lechuza que profería un creciente «shhh», en un imponente silencio. El único vestigio de vida que me resultaba algo tranquilizador en una atmósfera absolutamente inquietante. Cuando hago fotografía nocturna casi nunca voy acompañado, pero una cosa es estar solo y otra bien distinta sentir la soledad. Y es que la sensación de soledad que me embargaba era muy notoria, como hacía tiempo que no sufría.
Sin embargo, la Mancha históricamente ha sido un territorio muy poblado y, gracias a eso, tenemos muchos monumentos, tantos que, en la práctica, resulta inviable mantenerlos todos, por lo que la ruina y el abandono, desgraciadamente, definen el estado de muchos de los recursos patrimoniales repartidos por el agro manchego.
castillos encantados
Pero las ruinas son muy atractivas para los fotógrafos de paisaje. Su monumentalidad y decadencia dan mucho juego compositivo y, por eso, hice otra escapada a mi pueblo para fotografiar un castillo de una localidad vecina, Puebla de Almenara. Como siempre que hago fotografía nocturna, llego a la localización al menos en hora azul, cuando todavía queda algo de luz.
El castillo se asienta sobre una suave colina. Estos cerros que destacan en la llanura manchega, son los denominados cerros testigo, que son afloramientos de las eras primaria y secundaria, de materiales muy duros y menos aptos para el cultivo, por lo que suelen estar recubiertos de monte mediterráneo esclerófilo de encina, como se aprecia en la imagen.
Allí me encontré con otros tres noctógrafos (fotógrafos nocturnos) que también habían ido a fotografiar el castillo con la vía láctea. Uno de ellos es el que sostiene la linterna de la foto anterior.
Me alegré mucho de este encuentro fortuito, porque siempre es agradable encontrarte con alguien con el que poder hablar de fotografía. Me comentaron que venían de Madrid y se volvían cuando acabara la sesión de fotos. A los que nos gusta la fotografía nocturna, es muy común que hagamos desplazamientos de varias horas de coche para llegar a una localización que tenga un buen cielo, sin demasiada contaminación lumínica.
Les gustó el cielo de mi tierra y celebraron que estuviera a menos de dos horas de Madrid. La verdad es que la imagen del castillo bajo una vía láctea limpia, era espectacular.
Allí permanecimos trabajando varias horas, obteniendo imágenes con diferentes focales y tiempos de exposición, hasta que la vía láctea se colocó donde la queríamos, justo encima del castillo y éste parecía tan encantado como nosotros, que al fin teníamos la foto que habíamos ido a buscar.
un paisaje lunático
Cuando, hace más de treinta años, aterricé en la Sagra, recuerdo que la primera impresión fue que estaba ante un paisaje lunar. A la aridez y horizontalidad propias del paisaje manchego, se sumaban la poca diversidad de los cultivos (solo cereal y olivo), la casi total ausencia de árboles y la existencia de numerosos y profundos socavones en el terreno, como producto de la minería a cielo abierto para alimentar la industria cerámica. La tierra, secularmente explotada en la Mancha, se ha exprimido en esta comarca en grado superlativo.
En esta imagen de salida de luna llena, que capturé en Yuncos (Toledo), vemos que el paisaje sagreño participa del mismo relieve, horizontal con suaves ondulaciones, así como de algunos de los cultivos del paisaje manchego. Pero el conjunto resulta menos diverso y mucho más humanizado que en la Mancha central. Al fondo puede observarse un cerro de tierra desnuda sobre el que están trabajando las máquinas. Es prácticamente imposible hacer una foto de paisaje en la Sagra y que no aparezcan huecos o grandes montones de tierra con excavadoras y camiones. El movimiento de tierras en esta comarca es bestial.
El estacional paisaje manchego, como he descrito, va por fases, exactamente igual que la luna, por lo que podemos calificarlo de lunático. Quizás no sea una casualidad que su personaje más conocido sea también un lunático (por sus fases), que alterna momentos de locura y lucidez. Pero impresiones subjetivas aparte, no estaría completa la visión del paisaje manchego, si no incluyera la luna, siempre visible en un territorio de tanto cielo.
La luna tiene un día todos los meses, el día de luna llena, que sale en hora azul y es el mejor momento para fotografiarla. Para documentar este apartado, me trasladé a Almonacid (Toledo) la noche de luna llena de este agosto, hace apenas unos días.
Y de ese día son estas imágenes. Podía haber completado este apartado con fotografías del mismo estilo, incluso más impresionantes, de las muchas que tengo de la luna en otros hitos manchegos, pero quería hacerlo en uno nuevo. Y es que más que de la foto, disfruto del momento de realizarla, de la sensación de ver por primera vez una imagen espectacular y hacerlo a la vez en vivo y desde el visor de mi cámara.
Esa expectativa, de vivir y capturar una imagen impactante, fue la que me llevó hasta Almonacid. Para que la luna tuviese el mismo tamaño que el castillo, hice las fotos a 4,5 km de éste, desde un olivar tan denso, que apenas me dejaba ver el castillo, eso que estaba a bastante más altitud (140 m). Es la imagen siguiente.
un paisaje fotogénico
A estas alturas del relato, seguro que el lector, si no era consciente, ya ha podido apreciar la fotogenia del paisaje manchego.
La Mancha es un territorio que, además de abierto, es totalmente accesible. Uno puede circular a pie prácticamente por la totalidad del territorio, a diferencia de otros paisajes, como los de montaña por ejemplo que, por su vocación ganadera, están completamente vallados y resulta casi imposible apartarse de los caminos.
Esta accesibilidad facilita al fotógrafo situarse en el punto que desee, con una total libertad para abordar la composición de la imagen. Además, le permite aislar los sujetos y moverse alrededor de los mismos, para ordenar su disposición en el encuadre.
En el apartado «El paisaje nocturno manchego», por ejemplo, en el que aparecen unos piñoneros con la vía láctea en mi pueblo, he puesto solo dos imágenes con la composición que más me gustaba. Pero esa noche hice muchas más, moviéndome por el terreno y probando diferentes encuadres. Y eso que me encontraba dentro de un cultivo de girasoles, pero la anchura de los surcos me facilitaba desplazarme por los mismos sin afectar al cultivo.
una desafortunada coincidencia
No es de extrañar, por tanto, que imágenes del paisaje manchego triunfen en certámenes internacionales y resulten premiadas. Tengo una curiosa anécdota que ilustra este hecho.
Como he comentado, necesitaba hacer nuevas fotos de luna para ilustrar el apartado anterior. En ese momento me encontraba en mi residencia en Toledo, así es que decidí fotografiar la luna saliendo tras el castillo de Almonacid, que es el que más cerca me pillaba y, además, nunca lo había fotografiado. Tras realizar las fotos las publiqué, como hago casi todos los meses, ya que el día de luna llena siempre acudo a la cita con ella, me pille donde me pille.
Tras publicarlas, un amigo me mandó un enlace que informaba sobre la foto ganadora este año del concurso internacional ‘European Photography Awards’. Al verlo me llevé una sorpresa.
Como se aprecia es muy similar a esta otra mía, que capturé cuando fui a Almonacid.
El método con este tipo de fotografías siempre es el mismo. Escojo un sujeto que me guste y que me permita fotografiarlo a distancia, dentro de la línea en el terreno que une el punto por donde sale la luna, en el horizonte, con el sujeto. Después elijo la distancia, dentro de esa línea, en función del tamaño que quiero de la luna, que pueden ser varios Km. Cuanto más me aleje del sujeto, dentro de la línea, mayor será el tamaño de la luna respecto a aquel. Para este proceso los fotógrafos de paisaje utilizamos una aplicación que se llama Photopills. Como resultado obtengo siempre fotos únicas, ya que es bastante improbable que otro fotógrafo elija el mismo sujeto y las haga con los mismos parámetros de focal, distancia, etc. O, al menos, eso creía yo.
UNA CASUALIDAD no tan IMPROBABLE
Por eso debo reconocer que mi primera reacción, al ver una foto tan similar de otro fotógrafo, fue de contrariedad, porque en ese instante estas fotos de Almonacid, que me complacían como las demás mías, ya no me parecían tan exclusivas. Después, tras el impacto inicial y una reflexión más sosegada, me alegré de que un paisaje manchego fuese reconocido fuera de España y que, además, el ganador fuese de Campo de Criptana, Jesús Manzaneque Arteaga, un excelente fotógrafo enamorado de la luna como yo. Tras esto me reconcilié con mis propias fotos y me sentí halagado de que una imagen, muy parecida a la mía, ganase un concurso internacional, por lo que supone de reconocimiento de la calidad de la imagen, tanto a nivel técnico como compositivo.
En este caso, dos fotógrafos manchegos con «oficio» en este tipo de fotos, que utilizamos las mismas técnicas y herramientas, hemos tenido la misma idea: fotografiar el castillo de Almonacid con una luna tan grande como éste. Por eso las fotos son tan parecidas y celebro que a Jesús se le ocurriera presentar la imagen a concurso, porque yo nunca lo habría hecho: no me presento a concursos.
Con esta anécdota se pone de manifiesto que, una vez dominadas todas las técnicas y herramientas del proceso fotográfico, que hacen que una imagen tenga calidad, es la imaginación del fotógrafo, la idea que desencadena todo ese proceso (planificación, realización y edición), el hecho diferencial entre una buena fotografía y una fotografía extraordinaria.
TIERRA DE GIGANTES
Pero los monumentos por lo que es más conocida la Mancha en el planeta no son los castillos, sino los molinos de viento. Conservamos uno en mi pueblo y otros más en localidades cercanas, pero como ya los he fotografiado y no me gusta repetir imágenes, me acerqué hasta la localidad toledana de Consuegra.
Era una tarde tormentosa y había un grupo de gente haciendo parapente, lo que me alegró sobremanera, porque estas circunstancias iban a dotar de un plus de «momento» a las imágenes.
En la imagen anterior encontramos varios de los hitos que ya he citado del paisaje manchego: terreno llano con pequeñas elevaciones, gran cielo, castillo y molinos.
Conforme se iba poniendo el sol, se cargaba el cielo de nubarrones negros, brindando momentos de esa luz tan especial que tanto amamos los fotógrafos.
Y tanto se cargó el cielo que, al final, reventó con un tremendo aguacero, obligando a salir por patas a los numerosos turistas que estábamos visitando los monumentales molinos de Consuegra. Como en tantísimas ocasiones ya había experimentado, una vez más, el cielo manchego se dejó sentir.
Pero estos no son los únicos molinos del paisaje manchego. Éste, como consecuencia de la constante interacción humana con el territorio, se está actualizando continuamente y poblándose, como otras partes de España, con molinos eólicos. Estos sí que son auténticos gigantes que habrían alentado, aún más, a Alonso Quijano a aventurarse en una desigual batalla.
alquerías por doquier
Las alquerías o casas de labor, son otros de los elementos distintivos del paisaje manchego. En la Mancha central, por ejemplo, es habitual que cada viñedo tenga su caseja, habitualmente junto a un gran árbol que suele ser una encina. Estando en mi pueblo, me fui hasta la localidad cercana de Mota del Cuervo (Cuenca), para documentar este otro hito del paisaje manchego.
Recabé en un paraje que conozco muy bien, Manjavacas, en el que se encuentra una ermita y la casa de la foto anterior. Estas casas están ligadas a las labores agrícolas. Había épocas en que se debía permanecer varios días seguidos en el campo, sobre todo cuando se labraba con mulas, como cuando se podaban, se sarmentaban o vendimiaban las viñas, por ejemplo, y así evitaban el tiempo y el esfuerzo de desplazarse hasta el pueblo. Su tamaño también está en función de la labor «que quepan una yunta de mulas y dos gañanes».
un secarraL con mucho agua
En este paraje de Manjavacas se encuentra también una laguna del mismo nombre. Y esta es otra peculiaridad del paisaje manchego: sus humedales. Y es que la Mancha, tan seca, alberga bajo su suelo la masa de agua dulce más grande de España. Es el acuífero 23, que abarca una superficie de 5.500 km² y 70 m de profundidad y sobre el que se asientan tres provincias, Ciudad Real, Albacete y Cuenca.
En la imagen se ve uno de los observatorios de la laguna bajo el centro galáctico. Es verano y la laguna está seca, porque estos humedales son cuencas endorreicas que se encuentran en el fondo de una cubeta de terreno que recoge el agua de lluvia. Las aguas superficiales están conectadas con las subterráneas y la sobreexplotación del acuífero, a partir de los 60 del siglo pasado para el regadío, prácticamente ha acabado con algunos de los humedales más hermosos de la Mancha, como las Tablas de Daimiel.
Con el mismo encuadre hice una foto horizontal para que se vea la llanura, que es parte de la laguna, situada delante del observatorio y como, por detrás de éste, el terreno se eleva suavemente. Esto es así en todo el perímetro de la laguna y por eso cuando llueve se llena de agua. En esta imagen también puede verse la proximidad de la alquería con la que comenzaba este apartado. Es la casa junto a la gran encina que se ve al fondo, detrás del observatorio.
el cielo en la tierra
El cielo está muy presente en la cultura manchega. «Siempre mirando al cielo« le oí decir muchas veces a mi abuela materna. El manchego no es un cielo protector, sino una entidad poderosa y caprichosa. El Gran Cielo, lo mismo proveía maná con la lluvia, que te condenaba al hambre con un pedrisco o, directamente, te fulminaba con un rayo. A mi abuela no le gustaban las tormentas y cuando estas ocurrían contaba, con temor, hechos de paisanos muertos por rayos (entre ellos un tío suyo), porque el pelaje de las mulas, decía, había atraído al rayo. Y no le faltaba razón, no tanto por el pelo, que es verdad que acumula electricidad estática, como por la altura que alcanzan las caballerías y eso, en un paisaje abierto sin grandes árboles ni elevaciones que se interpongan, es un peligro cuando un rayo busca la tierra.
Yo también he vivido en el campo momentos sobrecogedores, en los que el cielo se electrificaba y descargaba su furia, convirtiendo los caminos en caudalosas torrenteras. Pero, a diferencia de mis abuelos, disponía de una caja de Faraday, el coche, que me protegía de su alcance.
Quitando estos momentos siempre agobiantes, lo cierto es que el cielo me ha deleitado, muchísimas veces más, con conmovedoras puestas y salidas de sol, del que partían gigantescos caminos en el cielo entre decenas de rayos crepusculares, o con la magia de imponentes arcos iris sobre el vaivén de las olas amarillas, en un agitado mar de cereales.
He tenido el privilegio de disfrutar del cielo en la tierra. He vivido en paisajes de cielos monumentales, que se pierden en horizontes lejanos de una tierra austera, que no sabe de alharacas ni alardes, pero que es extraordinariamente grandiosa en sus manifestaciones naturales.
denominación de origen manchega
He gozado mucho a lo largo de mi vida de este escenario, en el que he contemplado incontables exhibiciones de la naturaleza: desde oníricos amaneceres de campos envueltos en la niebla o la visión de castillos que parecen tocar las estrellas, hasta la fugaz captura de un conejo por una imperial o los juegos matinales de una camada de zorros. Soy quien soy gracias a estas vivencias, que surgen del contacto con el territorio y sus pobladores y soy, por tanto, un producto más de la Mancha, igual que el queso, el vino o los ajos.
un canto a la EXISTENCIA
Por eso quiero acabar esta narración con la expresión más minimalista del paisaje manchego, en una imagen simbólica. Sólo tres ingredientes: el suelo, blanqueado de sal, de una laguna manchega, el cielo estrellado inabarcable y, entre los dos, un humano, el único vínculo entre esos dos elementos tan alejados.
El humano, un ser construido con partículas de estrellas, sabe que tan rara es la vida en el Universo como su propia cualidad consciente. Piensa en el Big bang, en la formación de las estrellas y en la evolución de la vida hasta llegar a la consciencia. Se pregunta si él no es más que un instrumento, un espejo que el Universo se ha fabricado, como en el mito de Narciso, para asombrarse a sí mismo con su inmensidad y poder extasiarse, a la vez, con su propia belleza.
El hombre, aislado en esa vastedad, está firmemente anclado a la tierra llana y desnuda, tan tersa y frágil, que escucha como su pálida piel se resquebraja bajo su pisada. Ensimismado, contempla el horizonte distante, una línea recta iluminada por poblaciones lejanas, pero no tan remotas como su propio origen, que se remonta, hasta donde él conoce, a varias generaciones que han vivido y muerto en esta tierra.
Gira su cabeza tratando de abarcar la interminable bóveda celeste, un manto oscuro y profundo, donde las estrellas tililan como susurros. En medio un río de luz, la vía láctea, es un sendero de polvo estelar que le conduce hasta el principio del Tiempo. Es agosto y las Perseidas, mensajeras del Cosmos, adornan con sus galas la noche cerrada sin luna, trazando estelas de fuego brillantes y fugaces… como la propia vida. Los meteoritos, que se deslizan veloces como un suspiro, le recuerdan que la belleza es efímera, que cada instante es un regalo de pura magia.
Huele los tomillos que ha rozado con sus botas y oye, en la distancia, el jadeante martilleo bitonal de un chotacabras cuellirrojo. Bajo el vasto océano de terciopelo azul, abrazado por la noche y su capa de misterio, un hombre, rendido ante la inmensidad, se funde con el universo en un instante de dicha, mientras brotan de sus ojos lágrimas de gratitud, en un silencioso canto de celebración de la existencia.
conclusión
¿Quién, alguna vez, no se ha emocionado ante la visión de un paisaje, en esos instantes tan fugaces, en el que los elementos se conjugan tan magistralmente que se muestran con una belleza conmovedora? Y me refiero a cualquier paisaje, porque todos son hermosos. La belleza de cualquier paisaje no está en éste, sino en la mirada de quien lo contempla. El paisaje manchego, sencillo pero grandioso, es un paisaje tan bello como otro cualquiera y ese es el aspecto que quería destacar en este relato.
Como adelanté en la introducción, he mostrado el paisaje desde la mirada, refiriéndome mayormente a su manifestación estética, que es el aspecto del paisaje que nos resulta más amable. Pero el paisaje se erige sobre un territorio en el que se desarrolla la vida y ésta, en el caso de la Mancha, siempre ha sido dura, con jornadas agotadoras e interminables, en una región con un clima extremo que siempre ha vivido del campo. Y esta, es la única magnitud del paisaje que hemos vivido históricamente los humanos, hasta no hace tanto. El paisaje es un concepto cultural y su consideración como objeto de goce estético, como lo entendemos hoy en día, no aparece hasta el siglo XIX con el Romanticismo.
En cualquier caso, como la apreciación del paisaje siempre es personal espero, lector, que si eres manchego, hayas reconocido en tu propia experiencia algunas de las situaciones, sensaciones o emociones que he narrado. Si no eres manchego o tu paisaje de referencia o preferente, es otro o, simplemente, no tienes ningún vínculo especial con paisaje alguno, mi deseo es poder haberte transmitido una visión más profunda del paisaje manchego y, ¿quién sabe?, quizás mirarlo con unos ojos distintos. Tanto si es así como si no, me gustaría que dejases un comentario, ya que siempre resulta enriquecedor conocer las opiniones ajenas, y más en un tema como el paisaje, con tantas derivadas e implicaciones.
Para finalizar dejo, como ya adelanté en la introducción, las miniaturas de las trece imágenes de la publicación que he resuelto con Inteligencia Artificial. Espero que hayan sido identificadas durante la lectura y no se haya colado ninguna como una verdadera fotografía. En este mundo actual, en el que hay tanto engaño con la información y las imágenes son manipuladas, creo importante, como ciudadanos responsables, que aprendamos a distinguir lo real de lo aparente.
14 comentarios
Excelente relato de tu querido paisaje manchego. Relato que describe muy bien el paisaje, pero también destaca la emoción que sientes por él y que, a la vez, vas detallando los aspectos organizativos de fotógrafo para captar buenas imágenes.
De las imágenes, ¿Qué te voy a decir? que son fabulosas y ayudan a la comprensión y a dar corporeidad a la imagen mental que te haces al leer el texto.
Pero no así las de Inteligencia Artificial, las que identifiqué a primera vista, que me parece pueden servir para trabajar composiciones pero que genera un resultado irreal, de ilusionismo, que nada tiene que ver con las fotografías reales.
Enhorabuena, pues.
MGH
Muy agradecido, Martín, de que te parezca un excelente relato.Valoro tu apreciación sobre la adecuación de las imágenes al texto, y que éstas te parezcan fabulosas.Me alegro, también, de que identificaras las imágenes realizadas con IA y que éstas te parezcan irreales. Pero debo decir que esto es también responsabilidad mía. Yo, con la IA, busco ilustraciones y no persigo realismo fotográfico ya que, como fotógrafo, no me gusta la competencia que la IA establece con la Fotografía. Pero, desgraciadmente, debo reconocer que la IA, si lo trabajas, es capaz de mostrar un realismo en un grado tal, que es casi imposible distinguirlo de una imagen real. Ya se han dado casos de fotografías premidas en concursos fotográficos, que después se descubrió que estaban hechas con IA.
Que hermosura de relato y de imágenes hermano.Me alegra que pongas en valor,está tierra,que para nosotros es un referente ,un punto de partida del que nunca nos vamos,porque en el están nuestras raíces y muchos sentimientos y vivencias.
Gracias a tu maestría en fotografía nocturna eres capaz de comunicar la belleza de los cielos manchegos,pero no es menos importante el valor de tu relato,que en este es especialmente sentido,que yo se,por el amor profundo que sientes por La Mancha…Los espectadores y lectores te estamos agradecidos
Muchas gracias Mari. Me enorgullece que te hayas sentido emocionalmente identificada con el relato y muy agradecido de que, tanto el texto como las imágenes, te resulten hermosos.
Swami, objetivo conseguido!!!
Fantástico trabajo.
Me alegra que te haya gustado, Marco, tanto la música como la letra (aludo al símil que hiciste una vez entre una canción y una publicación de texto con imágenes)
Me he quedado impresionada, admirada ante esta descripción , narración, exposición, relato… del paisaje manchego acompañado de esas magníficas fotografías. He reconocido, como pretendías, sensaciones, emociones, vivencias…con tu narración.
Admiro tu forma de exponer y fotografiar tanta belleza de un paisaje que no suele ser muy elogiado. Yo no le sé sacar ese partido poético. De ahí que, como manchega que abandonó su tierra pero que necesita volver a ella a menudo, haya disfrutado de verla con tus ojos “quijotescos”.
Y como manchega de carácter seco como “ las carrascas”, gracias, Juanra.
Muchas gracias, Fátima, por tu hermoso comentario. Valoro muchísimo tu opinión, porque procede de una mente muy bien amueblada y que, encima, es manchega. Por eso, aprecio que hayas disfrutado con mi percepción de un paisaje que es común para ambos, y me siento, además, muy honrado de que te sientas reconocida en las experiencias y sentimientos que narro. Celebro tu referencia al carácter manchego y el acertado símil que estableces con la carrasca. Ésta, como aquél, es seca en apariencia, pero de naturaleza abundante y generosa. Da una sombra indispensable en el caluroso estío manchego, la mejor miel en primavera y el alimento necesario, en el otoño, para soportar el largo invierno, tanto para la fauna silvestre como doméstica. De ella procede el mejor jamón del planeta y la leña más apreciada, imprescindible para sobrevivir en el crudo invierno manchego. No se puede pedir más con tan poco, como tu comentario. Mil gracias, querida amiga, y un beso muy grande.
Fantástico relato y maravillosas fotografías!!! 👏👏👏
Me ha fascinado la simbiosis tan bonita q has hecho y combinado con tanta maestría y de verdad se ve q lo sientes de corazón y lo transmites (a mi x lo menos)
Yo no distinguí las q son de IA pero el conjunto es fantástico!!!
Enhorabuena amigo eres un artista !!!
Muchas gracias Carmeli, por tu comentario. Agradezco, sobre todo, que expreses que te ha llegado mi visión emocional del paisaje manchego. Respecto a la distinción de las imágenes de IA, es normal no apreciarla. La autenticidad que alcanzan es abrumadora, y eso que yo no me esfuerzo en alcanzar realismo fotográfico con la IA ya que, como fotógrafo, me incomoda la competencia que establece. Un abrazo enorme Carmeli
Todo un regalo literario del que ama su tierra. He disfrutado mucho con la lectura y las fotografias, aunque algunas sean con IA (siempre que se indique).
Gracias por este buen relato que pone de relieve el valor de una tierra casi olvidada por muchos.
Enormemente agradecido, Jose Antonio, de que hayas dejado un comentario. Aprecio que expreses el reconocimiento hacia una tierra no siempre valorada. Me alegro de que hayas disfrutado con la lectura y con las fotografías a pesar, como dices, que algunas sean de IA. Me parece importante esa distinción que haces porque, como todo buen fotógrafo, sabes el verdadero valor de una buena fotografía frente a una imagen generada por IA. Un fuerte abrazo compañero.
Juanra, felicitarte como siemre,,, que sepas que cuando compartes conmigo tus relatis me siento importante,,, es importante aprender de tu dialectica, de tu narrativa, de tu facilidad para expresar emociones con tus palabras, aunque no naci en La Mancha, llevo muchos años aqui, ademas como andaluz me siento hermano vuestro. De nuevo gracias, un abrazo,,,
Muchas gracias a ti, Antonio, por tu felicitación y el emotivo comentario. Me siento muy honrado de que hayas extraído alguna enseñanza del relato y muy agradecido de que lo hayas expresado. Cuando publico algo no sé el impacto que tiene en el lector y, por ello, aprecio mucho la opinión de éste. Aprendo de vuestros comentarios, ya que descubro matices y efectos para mí insospechados sobre lo que yo mismo he creado, lo que me parece fascinante porque constata que los escritos son productos que tienen vida propia. Y que razón tienes cuando expresas tu hermandad, como andaluz, con la Mancha, dos territorios vecinos con muchas similitudes. Es muchísimo más lo que compartimos que lo que nos diferencia. Las fronteras están bien para los mapas y son útiles para organizarse administrativamente pero carecen, a mi juicio, de realidad física, sobre todo en territorios contiguos que tienen una historia común. Esto es posible comprobarlo para nuestro hecho más diferencial, el lenguaje. Cuando uno viaja, por las provincias limítrofes de la Mancha con Andalucía, observa como el lenguaje de sus gentes se va pareciendo progresivamente al andaluz conforme se aproxima a los límites provinciales.Y que decir de las características físicas de ambos territorios. Cuantas veces, por ejemplo,cuando he visto gente cogiendo aceituna en la Sagra, me he acordado del poema «Andaluces de Jaén» y que es, por cierto, de un vecino común a andaluces y manchegos. Un abrazo, amigo.