Peppo y Peppiniello es un cuento para adultos, pero escrito desde la mirada de un niño, y por eso, no es casual que comience como Platero y yo. Claro que no soy capaz de siquiera, rozar la maestría con la que escribe Juan Ramón Jiménez. Platero es un relato tan bien escrito, que es imposible hacerlo mejor. Pero, desde la admiración, si he querido impregnarme, hasta donde he podido alcanzar y no ha sido fácil, de su estilo sencillo y poético, cargado de metáforas, para armar una narración también protagonizada por un hombre y un animal en una aparente vulgar cotidianidad, pero que, vista con inocencia, puede resultar extraordinaria.
Las ilustraciones, que las he generado con Inteligencia Artificial y posteriormente editado y recompuesto con Photoshop, están, como en los cuentos clásicos ilustrados, para apuntalar la narración y recrear a los protagonistas, un anciano y su perro, en la ciudad en la que viven, Nápoles, y en las situaciones narradas en el cuento.
Deseo dedicar este cuento a mi hija Elisa. Apenas comenzó a hablar me decía: Kenta Kento (Cuenta cuento), y yo tenía que ingeniármelas, como tantos padres a lo largo de la historia, para contarle cada noche un cuento distinto. Ella fue quién me inició en la tarea de imaginar y contar historias y a ella, ahora mayor, le quiero contar este cuento.
PEPPINIELLO
Peppiniello es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro.
Cuando Peppo, su dueño, lo deja suelto en el parque, corretea alegremente detrás de todo lo que se mueve, sean niños, pelotas, pájaros, otros perros… en un frenético vaivén de celebración, que expresa con agudos ladridos, tan cortos y seguidos, que suenan como alegres risotadas de puro contento.
Le gusta mirar a las palomas que, entre arrullos y afanosas, picotean el suelo. Las observa concienzudo y a distancia, moviendo el rabo pendular y medido, como un metrónomo invertido. Con frecuencia pasa alguien y las aves levantan levemente su vuelo, en un revoloteo de abanicos multicolores, para, posadas al instante, reanudar, como si nada, de nuevo su tarea. Peppiniello, que cree que es un juego, ladra alborozado meciéndose suavemente, como una barca con las ondulaciones del agua. Pero si definitivamente las palomas se van para no volver, sentado, las mira atentamente alejarse, mientras se le escapa, a modo de suspiro, un sibilante quejido de tristeza.
¡ Pepiniellooooo!, suena en tono cantarín una atiplada voz infantil, y él acude presto tras el palo que le acaban de lanzar. Se desplaza con un trotecillo cadente y sin saltos, tan elegante, que parece ir en monopatín. De repente frena y, concentrado, describe erráticas y vacilantes eses, acariciando con la trufa la hierba, los dientes de león… que, al estremecerse, desprenden sus ingrávidos vilanos, dejando al animal envuelto en un festival de frágiles pompas de jabón. Al niño, que le sigue con la mirada, le parece tan menudo y liviano que, si los remolinos fuesen globos, seguro que agarrado a ellos podría levitar.
Mientras tanto, Peppiniello, ajeno, continúa escaneando las esencias con persistencia, hasta dar con una, esa de la mano de su amigo que, escondida, aguarda entre multitud de palos similares, disfrazados de mil olores diferentes. Cuando por fin la encuentra, vuelve contento, con el trofeo entre sus dientes y, orgulloso, se lo muestra al niño. Éste, asombrado por lo que sin duda es una proeza, exclama:
– ¡Buon cane Peppiniello! mientras con una mano le acaricia el lomo y con la otra recoge, delicadamente, el palo de su boca.
El perrete, excitado, comienza a dar vueltas sobre sí mismo, en una apresurada exhibición cinética audiovisual de rápidos círculos y sonoros ladridos. El muchacho, divertido, suelta una carcajada mientras arroja de nuevo el palo y contempla, impresionado, como Peppiniello se aleja, en una vertiginosa carrera tan rápida y uniforme, que parece un veloz cochecito eléctrico teledirigido, que se oculta y aparece de nuevo, según permiten los accidentes del terreno.
PEPPO
Para Peppo, Peppiniello es el agua que mueve el molino. Desde que se fue su compañera, pocos años atrás, el perrillo es su única compañía y, su cuidado, el necesario impulso para sacar su cansado cuerpo, que ya se resiste, de la cama. No es que esté solo, tiene amigos, pero tan mayores que apenas salen y con sus dos hijas que también viven en Nápoles, está bien, pero ya tienen sus vidas, siempre muy ocupadas.
Por eso Peppiniello es el antídoto de Peppo contra la soledad. Ya de buena mañana salen los dos juntos camino de Spaccanapoli para sentarse a tomar café en una terraza, desde la que contemplar el bullicioso arranque de la actividad en la ciudad. Después, recorren el centro histórico, sorteando turistas y haciendo frecuentes paradas: es tiempo para comprar y charlar amigablemente con los tenderos. Estos siempre dan alguna chuchería a Peppiniello, en forma de una rodaja de chorizo o salchichón. Su viejo amigo Giorgio, veterinario, le recrimina por ello, dice que no es bueno para el can, pero él disfruta mucho viendo la cara que pone, con esos ojazos que parecen que se van de sus cuencas cuando ve el manjar y cómo se relame, repetidas veces, tras engullirlo con ansiedad, hasta que no queda ni una sola molécula de sabor en el último pelo de su hocico.
Por las tardes se dan un amplio paseo. Atraviesan el laberíntico barrio español por la vía Toledo y se acercan hasta el barrio de Posillipo. Van despacio, cuesta esfuerzo subir por esas empinadas calles, entre interminables villas de lujo que asoman al mar y concurridos restaurantes que atufan a pizza y limoncello. Pero siempre llegan a tiempo de ver la puesta de sol. Sentados en el mirador, mientras el astro se pierde en el mar, contemplan en silencio la bahía teñida de rojo y ahíta de calidez.
A veces, las nubes arropan al monte Vesubio y el volcán parece que despierta. Peppo se estremece con el recuerdo de su última erupción, cuando todavía era niño. La montaña, enfurecida, arrojaba fuego y lava de sus entrañas, en un hipnótico y aterrador espectáculo, que rememora como una inacabable pesadilla de destrucción que sepultó San Sebastiano, un municipio entero. Pero, al mismo tiempo, el volcán aparecía tan inquietantemente hermoso, que casi ochenta después, su recuerdo, aún intacto en su memoria, provoca un marcado gesto de admiración, con las blancas cejas enarcadas presionando las profundas arrugas de su frente.
Es completamente de noche ya cuando llegan a casa, cansados. Peppo se sienta en su sillón y acomoda a Peppiniello en su regazo. Éste, mimoso, emite unos apagados gruñidos de placer si siente la caricia de esas grandes manos, toscas y rugosas, lijosamente ásperas de tanto ladrillo y cemento, pero que se enguantan de ternura y suavidad al contacto con su piel.
ORFANDAD
Hace el frío de una mañana de enero y Peppiniello ha amanecido en el sillón, sobre su amo. Desde hace un rato no siente la caricia de su vientre que, como una ola, se aleja y aproxima rítmicamente, empujándolo con la suavidad de un mullido cojín caliente. Lame su mano, que nota fría e inerte, como su brillante cuenco de acero inoxidable. Perseverante, se encarama hasta la cara de Peppo, que lengüetea una y otra vez con insistencia, pero no obtiene respuesta.
Peppiniello está desconcertado, no sabe ya que hacer. Tampoco sabe que su compañero descansa, para siempre ya, en la paz del sueño eterno. De un salto se tira al suelo, lentamente da tres vueltas sobre sí mismo, para, abatido, enroscarse a los pies de Peppo.
Peppiniello no sabe por qué, pero siente una desconcertante sensación de zozobra que agita su pequeño corazón y satura sus poros de humedad. La negritud de su capa se cubre de minúsculas gotas, que brillan luminiscentes, como rutilantes estrellas en el cielo oscuro de una noche sin luna. El pequeño Peppiniello, peludo y suave, tan blando también por dentro, asustado mogollón… tiembla, como las hojas del chopo con el cierzo otoñal. Parece, si cabe, más de algodón que nunca.
EPÍLOGO
Así, con este final tan triste, acaba Peppo y Peppiniello, un sencillo cuento de un anciano y su perro.
El cuento transcurre dentro de una normalidad diaria, que muestra la magia de la vida, pero también su implacabilidad, como un volcán y, en ocasiones, su extrema crueldad. Está claro que, con la muerte de uno de sus protagonistas, parece una historia cerrada. Pero ¿y Peppiniello? ¿qué futuro le espera? Puede que no muy bueno ahora que se ha quedado huérfano. No lo sé aún, pero lo que si sé, es que las historias y sus personajes nacen de una idea, pero una vez que se materializan cobran vida propia y ya son ellos los que determinan su propio destino, como si fueran de carne y hueso. Si es un final o solo un principio, ellos lo dirán.
Esta vez eludo hacer el habitual comentario. Aunque a mi juicio, hay elementos para el análisis que afectan a la cosmovisión del mundo y a como entendemos nuestra relación con otras especies, prefiero que cada lector saque sus propias conclusiones. Lo que sí agradecería es que, en ese caso, dejes el comentario a continuación, o cualquier duda o sugerencia que se te ocurra y yo contestaré encantado.
20 comentarios
Gracias papá por este bonito cuento…desde la infancia y hasta hoy en día me arropan tus historias, tus fotografías, tus reflexiones, tu manera de ver el mundo y tu apoyo incondicional. Que suerte contar con todo ello…
Muchas gracias Elisa. Soy yo el que está agradecido y por eso he querido dedicarte el cuento. Con tu infancia, desde tus ojos, reviví la mía, descubriendo de nuevo lo extraordinaria que parece la vida con la inocencia de las primeras miradas, cuando aún somos capaces de ver toda la magia que atesora.
Progresas adecuadamente, cabronazo…..
Jajaja. Me siento muy halagado viniendo de ti, querido Tarkuxx.
Me gusta el relato, como describes cada situación, te metes sin querer en la historia. Me encanta la simbiosis y complicidad con tu hija, debes estar muy orgulloso. No dejes de crear ilusión.
Muchas gracias Paco,si te has metido sin querer en la historia, he cumplido mi objetivo. Me encanta lo que dices, de crear ilusión y más todavía, que así te lo parezca. Eso es porque aún el niño sigue ahi, dentro de ti. Me parece maravilloso
Bonito cuento, bonito relato que nos habla de las relaciones, el apego ( no siempre entre personas), la soledad…
A veces, tristemente, de la vida misma.
Me ha encantado .
Gracias Consuelo. Me encanta que menciones esos matices del cuento (amor interespecífico, soledad…). Estamos tan acostumbrados a ello, que nos parecen normales las relaciones con nuestras mascotas. Sin embargo, que haya entendimiento entre dos animales que perciben y viven el mundo de manera tan diferente, me parece extraordinario. Que, además, sean capaces de establecer un vínculo afectivo entre ellos, me parece mágico.
Precioso tu relato y
Felicidades a tu hija por ese amor que desprenden tus palabras.
Muchas gracias Silvia. Me halaga que te guste y más porque conozco tu notable sensibilidad. Felicitaré a mi hija de tu parte y me encanta que lo cites.
Eres un mohtro,, no de feo hombre, de creativo y atinado con tus definiciones y adjetivos,me ha gustado el de las manos lijosamente asperas. Tambien a mi me toco, por suerte, inventarme algun cuento que otro,,,Triunfe con el niño tan pobre que vivia junto al rio y su familia dependia de lo que el pescaba, etc, etc, enhora buena. Por cierto, no serias amigo de la Fuertes,, no?
Jajaja. Gracias Antonio. Me consta que eres bueno contando historias, porque las he oído. Además, divertidas, por tu excelente sentido del humor. Seguiremos contando historias ambos, pues.
Extraordinario, conmovedor, Juanra.
Te felicito. Admiro y envidio esta faceta tuya.
Un abrazo.
Muchas gracias Fátima. Me honra mucho tú comentario porque sé que es sincero y, viniendo de una extraordinaria lectora, nada gratuito. Eso que dices, conmover, emocionar, desde la ficción no es fácil, como tú bien sabes y por eso agradezco mucho que lo digas. Escribir es una tarea muy trabajosa y es así para todos los escritores, buenos y malos, profesionales y aficionados. Hay que dar muchas vueltas a un texto antes de publicarlo. El trabajo se compensa cuando ves que has comunicado con la persona que lee, es algo mágico. Gracias de nuevo, Fátima, por comentarlo.
Como siempre una gozada.Gracias
Muchas gracias compañero. Me encanta que lo hayas disfrutado, Ángel.
Encantadora historia! Me ha enganchado. El final me deja preguntándome que percibirán otras especies de la muerte? Tendrán una sensación de pérdida desde el presente constante en el que viven? Percibirán la ausencia de estímulo o los vacíos?
En mi intento por no humanizar a Peppiniello y reconocer su propia existencia desde una digna perrospectiva (que porsupuesto no alcanzo a imaginar o conocer enteramente) la historia me llega a preguntarme si alguna vez podremos lxs seres humanxs ponernos en las patas o aletas o ancas o alas etc… de otras especies que nos acompañan en este planeta.
Gracias Silvia. Interesante pregunta sobre la percepción de la muerte por otras especies. Es muy difícil saberlo, aunque lo que si sabemos es que, en el caso concreto de los perros, puedan oler la muerte antes de que incluso se produzca, por sustancias que, a modo de necromonas, se producen en la agonía. Eso podría explicar porqué algunos perros parecen predecir la muerte de una persona.
La vida misma.
Excelente historia para expresar la relación entre personas y otros seres vivos, en este caso el perro.
Pero, sobre todo, me gusta la reflexión que nos lleva a preguntarnos cuál puede ser la respuesta del perro, u otro ser vivo, ante su soledad, al quedarse sin su único «amo».
Me gusta el final abierto para que cada cual lo conforme según su deseo, pues puede haber multitud de finales.
MGH
Muchas gracias Martín. Excelente reflexión, es muy difícil saber cómo se siente un animal ante la muerte de su amo y único compañero, pero la sensación de soledad y, a su alcance, de pérdida estoy seguro que si. Por eso hay tantos episodios de perros que buscan a sus amos o los esperan por tiempo indefinido. Los que convivimos con perros sabemos que expresan emociones, como la tristeza, que también es muy posible que se dé en un caso así.