EL JUDIO SEFARDITA LEVÍ
Para Leví, que ya disponía de una fortuna consecuencia de su innato ojo para los negocios, solo existían, en ese momento de su vida, dos cosas importantes: su fe en el judaísmo y su adorada hija Raquel.
No le cabía ninguna duda de que Yahvé era el Dios verdadero y que la única religión que proclamaba la Verdad, era la fundada por su antecesor, Abraham, que profesaba la Ley de Moisés . Este convencimiento, unido a la segregación a la que se había sometido a su pueblo, había ido acrecentando su odio hacia los cristianos. No le parecía justo que se les obligase a vivir en un barrio separado, la judería, en las afueras de la ciudad. Tampoco le parecía de ley que no se les dejase poseer armas, cuando los cristianos iban todos armados. Más injusto, aún, le parecía, que se les negase el derecho a la propiedad agrícola y a formar parte de corporaciones artesanas. Para él, como para el resto de los judíos toledanos, no existía mayor crimen que “echarse con una cristiana” que, en su legislación, se castigaba con la pena de muerte, aunque se tratase de una prostituta. Es verdad que existía una coexistencia pacífica en Toledo, pero no hay que confundir tolerancia con convivencia ejemplar.
LA NIÑA DE SUS OJOS
Raquel era el otro pilar de su vida. Desde que se había quedado huérfana a la temprana edad de seis años, esa niña se había convertido en el principal motivo de su existencia. Es verdad que pasaba períodos alejado de la pequeña, por su obligación de viajar con frecuencia para comprar mercancías que, a su vez, vendía a los comerciantes de Toledo. Pero bien sabe Dios que todo lo hacía por ella
Parte de su interés por hacer fortuna, se fundamentaba en la intención de proporcionar una exquisita formación, acompañada de una ingente dote, a su única hija, lo que posibilitaría un matrimonio de buena posición y le aseguraría una existencia tranquila y feliz.
Esta pasión por su hija le había llevado a él, un judío ejemplar, a apartarse de los cánones establecidos en su época, que eximía a las mujeres del estudio de la doctrina y textos teológicos. No había escatimado gastos en pagar clases particulares a los ancianos sefardíes más sabios de la ciudad, para complementar la formación de la joven en la sinagoga. Había puesto, además, a su servicio, a dos sirvientas, con el fin de que la joven se ocupara exclusivamente del estudio de la Torá. Sus anhelos se estaban viendo por fin cumplidos, pues Raquel se había convertido en una refinada y atractiva joven que acudía diariamente a la sinagoga y cumplía fielmente los preceptos religiosos. Solo quedaba una cosa, encontrar un buen marido que estuviese a su altura.
EL SECRETO
Como su primer encuentro en el jardín pasó desapercibido y disponían de intimidad sin que nadie se apercibiese, convinieron hacer lo mismo para futuros encuentros. Tampoco tenían más posibilidades ya que Raquel no podía salir sola de casa y el jardín, alejado de los dormitorios, posibilitaba, además, permanecer ocultos tras el dosel vegetal.
Así es que Fernando, diariamente, accedía a la judería desde el exterior, por el camino del río, para evitar ser visto por las callejas de Toledo. Cuando se aproximaba a la casa de Leví, se aseguraba que no hubiera un alma por los alrededores para, rápidamente, con tres movimientos ágiles, encaramarse a la tapia y saltar al interior del jardín donde le aguardaba Raquel.
Y de este modo, día a día, beso a beso, los jóvenes iban incrementando su pasión y consolidando una relación que ya se les hacía imprescindible. Ambos empezaban a contemplar la posibilidad de huir de Toledo y asentarse en un lugar donde nadie les conociera y pudiesen vivir en paz. A su edad, con una mente aún inocente y un espíritu sin contaminar, el amor se imponía por encima de todo: creencias, cultura, amigos, familia… Podían renunciar a todo… a todo, menos a estar juntos.
LA DELACIÓN
Una noche, ya mediado agosto, un vecino que vivía unas casas más abajo que Leví, no podía dormir a causa del calor sofocante. Al abrir la ventana vio una figura que subía por la calle empinada apresuradamente. Su atuendo, la capa y la espada que colgaba de su cintura, no dejaba lugar a duda: era un cristiano. ¿Qué podía hacer un cristiano a esas horas en el barrio judío? Nada bueno, seguro. Decidió averiguarlo. Cuando el cristiano hubo pasado, salió a la calle y vio como Fernando se perdía tras la esquina del callejón cerrado del jardín de Leví.
A la mañana siguiente el vecino comunicó el hecho a Leví. ¡Qué extraño!, pensó éste ¿sería acaso un ladrón? No había echado nada en falta. Pensativo, dio las gracias al vecino y decidió que debía estar alerta.
ILUSTRACIONES
1.- Imagen destacada. Panóramica nocturna de Toledo. Imagen del autor
2.-Barrio de la Judería de noche. Toledo. Imagen del autor
3.-Mujer escribiendo carta. Gerard de la Notte
4.-Romeo y Julieta. Frank Dicksee
5.-La Delación Secreta en la República de Venecia. Colección Museo Nacional del Prado
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