INTRODUCCIÓN
Inicio una nueva categoría del blog dedicada a la naturaleza humana y lo hago con una leyenda de Toledo. He respetado el cuerpo principal y el espíritu de la leyenda pero he recreado los personajes en un intento sino de justificar, sí, al menos, de comprender los motivos de los hechos. Todos podemos estar en el lado luminoso o en el lado oscuro de la vida, solo las circunstancias determinarán en qué lado estamos. La naturaleza humana, nuestra esencia espiritual, es la misma para todos. De ahí la necesidad de compasión y de la ausencia de juicios pues, muchas veces, ni siquiera nosotros mismos, alcanzamos a saber la razón de nuestros actos.
LA LEYENDA DEL POZO AMARGO
“La leyenda del pozo amargo” es una de las más célebres leyendas de Toledo. Como todas las leyendas refleja la naturaleza humana y tiene una moraleja. Esta historia gira en torno a dos emociones el amor y la ira, y tiene dos enseñanzas. La primera es que el amor, el sentimiento más fuerte y noble que poseemos, está por encima de cualquiera de nuestras diferencias: creencias, cultura, raza, género, etc. La segunda es que el fanatismo y la intolerancia, en este caso religiosa, conduce al odio y, a la sazón, a la infelicidad.
La narración se estructura en cuatro partes. Cuando llegues al final de la página, si pulsas «Siguiente» irás a la siguiente parte, y así sucesivamente hasta llegar a la cuarta.
TOLEDO AÑO 1.162 D. C.
Era el mes de abril del año 1162. Hacía ya más de 77 años que se había producido la capitulación musulmana de Toledo a favor de Alfonso VI, rey de León. Tras ésta, se firmó un acuerdo que otorgaba fueros propios a los mozárabes, judíos y musulmanes que la habitaban. La ciudad, motivo de disputa entre los reinos de Castilla y de León, vivía un período floreciente, en el que coexistían pacíficamente las culturas cristiana, árabe y judía. Por eso, era conocida en el mundo con el sobrenombre de “La ciudad de las tres culturas”.
RAQUEL Y FERNANDO
Ella era una hermosa joven, hija de un judío sefardita viudo llamado Leví. Éste gozaba de una acaudalada posición y de mucha estima dentro de su comunidad, como consecuencia de un estricto cumplimiento de la Torá, de cuyas enseñanzas y obligaciones hacía cumplida gala. La hija, de nombre Raquel, poseía un carácter alegre y soñador. Aunque se había criado en un ambiente religioso, de severas normas y con escaso margen para la distracción, poseía una mente abierta e imaginativa. A sus 18 años, como muchas jóvenes de su edad, fantaseaba con la idea de un apuesto hombre, cuya ternura y amor la colmarían de felicidad.
Él, de nombre Fernando, era de complexión robusta, mirada clara y directa que transmitía inocencia. Su aspecto general inspiraba ternura y confianza. Su padre tenía el título de caballero. Era el rango nobiliario más bajo, lo que no había impedido poder educarlo en los valores propios de la nobleza cristiana. Dominaba el manejo de la espada y era un excelente jinete. Con apenas 19 años, mostraba una sensatez inusual para su edad, que complementaba con una excelente disposición para los asuntos de la hacienda. Era el orgullo de sus padres y el depósito de sus esperanzas.
EL ENCUENTRO
Andaba, el joven Fernando, buscando a un rentero por encargo de su padre. Perdido, por las callejas de la judería, no encontraba el domicilio, así es que decidió preguntar para averiguarlo. Un gran portón de madera de roble, con incrustaciones arabescas de caoba, llamó su atención. En su centro, un aldabón de bronce, descansaba sobre una estrella de David de latón. Con tres golpes secos llamó a la puerta.
Al entreabrirse el portón, un intenso olor, mezcla de jazmín e higuera, perfumó el ambiente. Tras el hueco que dejaba la apertura de la puerta, podía verse un amplio y frondoso jardín, salpicado de higueras, olivos y moreras, Su parte central era una calle de tierra que, custodiada por dos hileras de romeros, conducía a un espacio circular de rosales y jazmines. En el centro destacaba un pozo. El brocal, de piedra de sillería, sustentaba una estructura de forja. De la oxidada garrucha, pendía una soga anudada a un cubo de zinc.
Tras el quicio de la puerta Raquel asomó la cabeza y fijó su mirada en los ojos del muchacho. Éste,completamente arrebatado por la dulzura de esa mirada , apenas pudo balbucear el nombre del rentero . Raquel, sonrojada bajó la mirada y, en voz baja, casi un susurro, le indicó que llamara tres puertas más abajo.
EL AMOR
Al día siguiente Fernando, antes de que saliera el sol, se hallaba apostado en la esquina de la cuesta de la Tahona. Desde allí divisaba el portón de la majestuosa mansión de Leví. En su ánimo, la esperanza de volver a ver esos ojos que, como grabados a fuego, permanecían intactos en su mente.
Mientras tanto, Raquel, como todas las mañanas, se afanaba en su cuidado personal pero, esta vez, necesitó de un poco más de esfuerzo. Su rostro, más pálido de lo habitual, con unas intensas ojeras, expresaba el cansancio de una noche en vela. El joven Fernando la había impresionado profundamente. En su fuero interno, sentía que ese era el hombre con el que había estado soñando durante sus años de adolescencia y temprana juventud.
Esa mañana la sirvienta, que siempre acompañaba a Raquel, amaneció con fiebre alta y un malestar general que le impedía levantarse. La otra sirvienta estaba, afanosa, vareando la lana de los colchones de la casa, que deberían estar listos para la noche. Raquel comunicó a ésta, no sin cierto regocijo oculto, que desgraciadamente debía ir sola a la sinagoga.
Sonaban las campanas de la mezquita mayor, recién convertida a iglesia tras la capitulación, cuando Raquel atravesó el portón de su casa. Su andar apresurado y alegre, ondulaba la túnica color marfil que apenas dejaba ver unos botines de cuero negro. El natural movimiento del vestido esbozaba una figura grácil y acentuaba las curvas de su cuerpo. Sobre su espalda destacaba una larga melena rizada de color castaño claro que acababa en la cintura. El pelo exuberante, describía un movimiento acompasado por debajo del pañuelo bermellón que cubría la cabeza.
Fernando, cuando la vio salir, siguió sus pasos a distancia. La contemplación, por vez primera, del cuerpo de la joven, le impactó sobremanera. Extasiado, sentía como el corazón, con ritmo acelerado, le golpeaba el pecho. Jamás había visto tanta belleza junta. A sus ojos, Raquel, era mucho más hermosa que las representaciones de la Virgen que había admirado en las iglesias y cuya visión habían conformado, en su mente, un ideal de belleza femenina.
EL ENCUENTRO
Al llegar a un callejón estrecho, aprovechando que no había nadie, abordó a la joven. Cuando, de nuevo, sus miradas se encontraron, ambos se quedaron ensimismados. El sonido de unas voces que se aproximaban les sacó de su arrobamiento. Acordaron verse esa misma noche en el jardín de Raquel. Le explicó como acceder por el callejón lateral ciego, desde donde era fácil encaramarse al muro, trepando por las viejas ramas de hiedra que lo tapizaban . Tras el muro, en la esquina del jardín había una enorme morera por la que podría descender a su interior. Allí le estaría ella esperando…
Y, de este modo, se inició una relación apasionada entre los dos muchachos . A la ilusión de los recién enamorados se sumaba la intensidad propia de la edad. Pero, eso sí, en el más estricto secreto. Su diferente fe religiosa, hacía su amor, no solo socialmente inviable, sino también punible desde el punto de vista legal.
ILUSTRACIONES
1.-Panorámica de Toledo. Imagen del autor
2.-Mujer sacando agua de un pozo. Colección Museo Nacional del Prado.
3.-Toledo. AGE FOTOSTOCK. National Geographic
4.- El banco en el jardín de Versalles (1.881). Edouard Manet
5.-Mujer ante una puerta abierta. Rembrandt
6.-Cobertizo de Santo Domingo. Autor Navia. National Geographic
7.- La reina blanca.
2 comentarios
Esta muy bien escrita
Gracias Jose. Es un honor y aprecio mucho tu valoración.