La Decisión de Beatrice es un relato ambivalente. Es una historia completa y, por tanto, puede ser leída de forma independiente, pero los que hayan leído «Peppo y Peppiniello», rápidamente descubrirán que, en realidad, es la continuación de éste, aunque no haya ninguna referencia explícita al mismo. Ambas narraciones comparten personajes y escenario, el tono poético, la misma técnica ilustrativa y el final abierto, pero, en esta última, he introducido nuevos elementos estilísticos, como la rima y, en menor medida, también la métrica. Como resultado «La decisión de Beatrice» es un relato escrito en verso, a diferencia del primero que está narrado en prosa, aunque también sea poético.
EL SOFOCO
Con el rostro calado de sudor y la respiración entrecortada, tras precipitadamente escalar, por la adrenalina espoleada, los sesenta escalones de despulido granito, agraciados con humedades y por la roña benditos, en los que el tiempo ha ido dejando escrito, con piquetes y oquedades, su largo batallar, Beatrice, muy mohína, por enésima vez culmina el antiguo edificio familiar, el más cutre y aviejado de la vía Donnalbina.
El inmueble, hasta hace poco de propiedad municipal, son ochenta viviendas de renta antigua, hace un siglo de cierta honra, pero que hoy parecen mazmorras, húmedas y oscuras, de superficie exigua, sin décadas de mantenimiento y que, para más encarnizamiento, son ahora propiedad de la Camorra que, legalmente disfrazada de unos fondos de naturaleza ambigua, adquirió en una pública pero amañada convocatoria, con su correspondiente mediador y paga compensatoria.
Hoy, es la residencia de los viejos inquilinos que aún lo moran, tan escasos como sus expectativas de vida ya que, salvo que un milagro lo impida, está a la vista que pronto serán carroña, de la que hermosamente surgirá, como rojos amapoles, rentables pisos para turistas, en el corazón histórico de Nápoles.
Beatrice esquiva un charco de gotera, hasta alcanzar la puerta de madera y arremeter, con reciura, contra su mugriento pulsador. Tras la embestidura, como si del cielo cayera, el silencio se fractura con un timbrazo atronador y vibran, con un ligero temblor, pálidas escamas de pintura que, plásticas y lampiñas, como leves rasgaduras, penden colgaderas. A la mujer, por su palidez y finura, le parecen pellejeras y siente la escocedura de las primeras solaneras, cuando su piel no era tan dura, mucho antes de que el sol amalfitano, con su morena armadura, definitivamente la curtiera.
LA ANSIEDAD
La mujer aguza el oído esperando ansiosamente escuchar, como de costumbre, las pisadas seguidas del chirrido de la herrumbre y el golpe seco del fac que, como una obertura musical, anuncian el personaje principal, esa silueta engandujada por la edad, que de horcajadas y con los brazos extendidos para abrazar, con una voz ronca ya quebrada de flojedad, tan cariñosamente se le oye exclamar:
–Beatrice, la mia preziosa ragazza. Come sono felice di vederti!
Mas solo siente, bajo el umbral, el decepcionante olisqueo del perro que le impele a rebuscar, nerviosamente, las llaves escondidas en su gran bolso de cuero, mientras en el silencio de la noche reverbera tras la puerta, un cercano ladrido prolongándose en aullido, agudo y con eco, lastimero, como los cantos en Santa Chiara de las monjas del beaterio, enervándola aún más, si cabe, e incrementando su ya sobresaliente enserio. Lleva toda la jornada llamando y su padre no contesta. Van más de tres días sin ser visto, según le ha contado la anciana vecina del bajo, Vesta.
Nada más abrir la puerta un fétido olor dulzón, mezcla de excrementos y putrefacción, le golpea la cara y aumenta su aprensión. Enfrente, un pinscher miniatura erguido sobre sus patas, manotea agitadamente el aire como un irrisorio púgil de peso paja, tan grotesco como aquellos diminutos perritos, ataviados con faldas y pantalones que, bailando de pie sobre cajas, se exhibían como bufones en la piazza del Plebiscito, mientras ella y sus amigas, relucientes como alhajas y con voraz apetito, engullían panettones como si fuesen panchitos. Después, tras la misa, repasaban las anécdotas cotidianas y de esta guisa, endomingadas y charlatanas, callejeando y sin prisa, compartían entre risas y como si fueran hermanas, la camaradería y complicidad, que a esa edad, adolescencia temprana, resultan tan precisas.
EL FUNESTO HALLAZGO
La mujer tan apresuradamente entra, que atropella al can por el costado, y éste, dolorido, suelta un alarmante chillido, mientras que, totalmente acojonado, huye despavorido. Beatrice, guiada por una fatal atracción, se adentra hasta el salón y, de repente, su rostro palidece sobresaltado, con los ojos tan abiertos que parecen todo blancos, mientras de los labios, con las comisuras en paréntesis y como en «o» separados, surge un punzante alarido de espanto. Su padre yace en su sillón, con el oliváceo rostro apergaminado, ya con jirones de bermellón y el cuerpo desparramado, como si fuera de trapo, tan envuelto en hediondez, que no hay duda de que ha pasado a mejor vida y de eso parece que hace ya mucho, pero mucho rato.
LA PENA UMBRIA
En la mujer medrosa, aparece la congoja y se le inunda la mirada de una humedad vidriosa, que le escuece en los rabillos y por las arrugas, estrechas y alargadas como hilillos, le rebosa. Serpenteante, como gotas condensadas en la fría copa de un gin tonic helante, surca las pálidas mejillas que con el cosquilleo enardecen al instante, brillando ahora céreas y suaves, enrojecidas de colores, como las de una lacrimosa Madonna de Dolores.
Aunque es el viejo escenario familiar y son los conocidos objetos cotidianos lo que Beatrice observa, no le parecen los mismos que en su recuerdo conserva, pues, aun siendo iguales, ahora lucen con una extraña pátina de irrealidad impresa. El televisor en el aparador o el móvil y la taza sobre la mesa, impregnados de la transcendencia que el último acto deja, a la mujer le parece que, en su inquietante quietud, toda la perpetuidad se expresa. Surgiendo de la nada, como una luciérnaga iluminada, la vida es solo un instante, puede que incluso hasta brillante, pero es apenas una bocanada, ya que inmediatamente cesa y de nuevo, pues ese es su talante, siempre al sempiterno olvido regresa.
En el silencio de la noche, preludio de la noche más larga, presiente la siniestra soledad, esa que es eterna y amarga, que le entra por el estómago y en la ya nudosa garganta se descarga, tanto que de prieta finalmente revienta, como una fría galerna, en ráfagas de llantera carraspienta, tejiendo con sus gemidos un fúnebre y triste canto de quejido, con el que su espíritu, ahora por el vacío ennegrecido, se averna.
EL FUNERAL
Tras el susto del impacto inicial, al inevitable dolor emocional se le suma la responsabilidad y Beatrice, sumida hasta ahora por el shock en una parálisis ocasional, se ve obligada a actuar con el inevitable agobio, además, de la evidente urgencia, que le hace presa, ante la ingente cantidad de tareas a realizar, agravada, además, porque está sola, pues su hermana Ángela de profesión camionera, por una cuestión aduanera, atrapada está en Algeciras, en una interminable cola y con la mercancía prisionera, un cargamento de Adidas, le oye decir entristecida, con voz meliflua y en tono de plañidera. Acudir al funeral Ángela es lo que más quisiera, pero le es imposible llegar, por mucho que ella corriera, mas como no puede ayudar ni hacer acto de presencia quiere compensarle, al menos, renunciando a la herencia.
Beatrice lo agradece, aunque en el legado, de facto, ni siquiera había pensado. Con su cuerpo acongojado y el de su padre putrefacto, solo le preocupa lo pendiente, lo que le abruma en el acto, pues una vez que lo ha repasado, es tanto lo que tiene en mente que, aun ejecutando todo raudo y exacto, concluirlo bien es complicado para que luzca primorosamente, como a ella le gusta, que se note hecho con tacto.
LAS EXEQUIAS
Primero debe hablar con un médico que certifique lo que es más que evidente y lleva ya mucho retraso. Después con el seguro de Ocaso y si de coberturas anda escaso, también con su amiga Tova, beata asidua de Santa María la Nuova, la chiesa que está solo a un paso y que es muy amiga del párroco, Don Tomaso, para ver si puede decir la misa y el responso, como es el caso, pues su padre, en el camposanto de Poggioreale , es propietario de un nicho, que su buen dinero vale y hace poco fue saldado, como él pobre, muy aliviado, recientemente le había dicho.
También ha de pensar que hacer con los enseres y objetos paternos, escasos y muy usados pero eviternos, como el sofá naranja de sky por el que no pasan los años. Aunque es más viejo que mear en la pared, carece de daños, no como el suyo, mucho más deteriorado y de menos robustez, por lo que el cambio, sin duda, le haría un buen apaño.
UN PERRO GAMBERRO
Después debe comunicar el óbito a familiares y amigos, que son muchos, pues su padre, de carácter cariñoso, a pesar de vivir empobrecido nunca fue socaliñoso, más bien al contrario, pecaba de desprendido. Es por todo ello en Nápoles muy apreciado, por lo que su entierro, con certeza concurrido, ha de estar perfectamente organizado. Aparte de eso no hay nada más, pues poco hay que heredar, salvo los parvos ahorros que el hombre tenga en el banco, a los que su hermana acaba de renunciar y que a ella, sumida ahora en un atranco, aunque no supongan su total desembarranco, sin duda le van a aliviar.
Y deja para lo último lo que le supone más engorro, el dichoso perro que, desde que entró, la tiene en un brete y que sigue, desde el mamporro, encerrado en el retrete., Aún le duele la espinilla del golpe que se han dado y el muy canalla, lo que parece premeditado, ha preferido aliviarse en la alfombra, con las heces de un tamaño que asombra, cuando aún estaba nueva, para nada desarrapada y que, puesta en el mercado porque no es que el dinero llueva, la hubiese aprovechado, no como ahora, que por su culpa está desperdiciada.
EL ENTIERRO
Concluidas las exequias Beatrice, aunque con el cuerpo agotado, respira satisfecha, pues todo ha salido según lo planeado, a cosa hecha. El entierro ha sido sonado, con tanta gente que no cabía en la chiesa y Don Tomaso, entusiasmado, ha dejado las puertas abiertas para que, también en la calle, el sermón fuera escuchado. En el cementerio, igualmente atestado, ha sido aún mucho más conmovedor, pues el gentío abatido y consternado, sin parecer un gatuperio, expresaba con llantos y lamentos sus sinceras muestras de dolor.
LA ADOPCIÓN
Ahora toca ocuparse del perro, un gamberro que por poco la ha tirado y le ha obligado a su encierro, para evitar otro altercado. Pero el colmo de los colmos, es que en la alfombra se ha aliviado, con unas cacas como tolmos ¡el muy cabrón! y eso que parecía escolimado. Ha sido una pejiguera, cuando tenía sitio de sobra para hacer la maniobra en cualquier otro punto del solado y no, precisamente, en la estera. Además, aunque pequeño, requiere pienso y veterinario y ella, recién separada y sin trabajo, carece de pecuniario, por lo que urge encontrarle dueño. Debe ponerse ya a ello, con todo su empeño y a destajo.
Beatrice, con tiento, la situación del can a todos comenta y solo excusas encuentra, algunas con argumentos, pero la mayoría evasivas, ninguna de consentimiento. Ni tan siquiera, para una eventual acogida, hasta encontrar la definitiva, ha habido algún ofrecimiento, solo respuestas elusivas. También ha llamado a la protectora y apenados le han dicho que, al menos por ahora, no pueden tener el bicho, que está todo petado, por lo que hay que esperar y no saben la demora, a que alguno sea adoptado. A la perrera municipal no quiere llevarlo, pues le han asegurado que, si en dos meses no es acogido, será sacrificado y eso le parece cruel, ella no quiere matarlo.
LA DECISIÓN
Al volante de un Bentley prestado, tan lujoso y flamante que, en su situación resulta del todo inapropiado, la mujer con algo de aprensión, pero tajante, ha tomado una decisión. Si tenerlo más tiempo no es una opción y tampoco lo es matarlo, solo hay una solución: abandonarlo. Sabe que no está bien, pero es la mejor salida, ¿no es peor, acaso, sacrificarlo? Además, como no es grande y sí de raza definida, seguro que, tras un encuentro, habrá quien le guste y le dé cabida, se dice para sus adentros, aunque, para nada, convencida.
Y si no, que el destino decida, pues ni es su obligación ni ella lo ha buscado. Ha sido una situación sobrevenida y bien sabe dios que todos los cauces ha agotado, para intentar que, al menos, el animal siga con vida.
LA FELONÍA
El sol pasó al anonimato y el siroco, con tenaz insistencia tras un repentino arrebato, golpea con violencia y sin atisbo de recato, todo lo que le opone resistencia. La bahía, que hasta hace poco era un plato, sacudida con vehemencia ruge embravecida y con súbita impaciencia, casi de inmediato, por un tenebroso manto ensombrecida.
Entonces, a punto de caer la noche, un velo azul hace presencia y la luz, que hasta ahora era derroche, ante su inmediata ausencia, pinta con añil su último broche, tiñendo la bahía de siniestra y gélida apariencia.
Con la misma frigidez, una decidida mujer atrapada en la sordidez y por la conciencia acosada, se aleja con rapidez y sin volver la mirada. Sumido en una pesadilla, un perro incapaz de comprender, la mira desde la orilla, en espera de saber qué hacer.
Una llamada o quizás tan solo una mirada, hubiese bastado para que el animal la siguiera, pero desconcertado, tiene su mente nublada y no ve una señal, siquiera, que le indique lo que se requiera. Con la voluntad cercenada y sin ninguna pista, permanece clavado en la arena, como una estatua de cera, hasta que la pierde de vista.
La felonía se ha consumado de manera descarnada y, aunque no es cosa del destino sino el fruto de un acto mezquino, lo cierto es que, con total y fatal desatino, la suerte ya está echada.
4 comentarios
Un logro espectacular está siempre precedido de una preparación deslumbrante. Eres un crack.
Muchas gracias Angel por tu comentario. Me encanta que te haya gustado y lo aprecio mucho porque tú y yo sabemos que no es fácil contentar a un experimentado caimán. Un abrazo compañero
Como siempre cada vez te superas, no se donde vas a llegar. Un relato entretenido, aunque hecho en falta algunas de tus buenas fotografías. Sigue así. Espero tu próximo relato
Muchas gracias José Antonio. Así es, en este tipo de relatos se hace imprescindible ilustrar con IA o con dibujo. Se crea el relato y después las ilustraciones ad hoc. Con la fotografía de naturaleza ocurre lo contrario: el relato se construye a partir de las fotografías.