“Águila imperial ibérica, la renacida” es una publicación sobre la historia reciente de esta especie, el ave más emblemática de nuestra fauna y, hasta hace muy poco, la rapaz más amenazada del planeta. Tanto la narración como las fotografías que la ilustran, transcurren a lo largo de esta primavera, en la que efectué cuatro visitas espaciadas a un nido. El objetivo principal es desmontar algunas falsas creencias sobre la biología de esta ave y exponer las claves de su recuperación, así como mostrar su vulnerabilidad y belleza, ambas extremas en esta especie. La narración se ilustra con 56 imágenes, todas fotos hechas en las visitas al nido, excepto la 2,3,6 y 7, que son ilustraciones que he generado con Inteligencia Artificial y mis fotografías.
PRIMERA VISITA AL NIDO
Estamos a mediados de marzo y me acaba de recoger mi amigo Juan Carlos para ir a visitar un posible nido de imperial. Está en la provincia de Toledo, pero tenemos aún una hora de camino y con el ronroneo de la furgoneta de fondo, contemplamos callados las primeras luces del alba desde la A-42 presagiando un día soleado, a pesar de la lluvia caída unas horas antes y que contrasta con la mordida fría del aire en mi rostro que, sibilante, penetra por la ventanilla ligeramente entreabierta. ¿Has visto el milano real? me dice con grave voz y todavía ronca, mi amigo, mientras rememoro las dificultades superadas por el águila imperial a todos los niveles, incluso para su nombre.
el comienzo de la historia
Aunque las imperiales llevan miles de años en la península, su historia como especie es muy reciente. Corría el año 1861 cuando un naturalista y cazador alemán (aficiones que, por entonces, solían ir de la mano) llamado Reinhold Brehm, que llevaba varios años en España conociendo y capturando su fauna, abatió un ejemplar en el Monte de El Pardo, de águila imperial (Aquila heliaca).
La imperial que capturó, le pareció muy diferente a las imperiales que él conocía y que campeaban frecuentemente tanto por Europa central y del este, como por Asia.
el DESCUBRIMIENTO de una especie
Al señor Brehm, tras capturar la imperial ibérica, le surgió la necesidad de comunicar el descubrimiento. Necesitaba más ejemplares, por lo que decidió cargarse otras cuatro más sin moverse de El Pardo. Y se quedó tan ancho.
Todos los ejemplares eran diferentes a la imperial oriental. Podía tratarse de una especie distinta no conocida ni registrada en los archivos ornitológicos.
Así es que completamente entusiasmado con el hallazgo, envió dos ejemplares naturalizados a su padre, C.I. Bremh, un reconocido coleccionista de aves. Para este experimentado hombre, que ya contaba con varias imperiales disecadas de otros lugares de Europa, no había duda: se trataba de una especie diferente recién descubierta por su hijo y rápidamente, como buen germano y sabedor de la transcendencia del descubrimiento, la bautizó para la ciencia como “Áquila adalberti”, en honor del príncipe Adalberto de Baviera, hijo del rey Luis I.
El resto de ejemplares abatidos acabaron depositados en el American Museum of Natural History (New York) y en el museo de Stutgart.
DESACUERDO CIENTÍFICO
Pero, a pesar de las diferencias, tanto físicas como de comportamiento, para otros ornitólogos no estaba tan claro que la imperial ibérica fuera una especie diferente de la imperial europea, considerándola más bien una subespecie, así que nuestra águila imperial pasó a llamarse Áquila heliaca adalberti, es decir “águila imperial, subespecie adalberti».
LAS PRUEBAS DEFINITIVAS
La polémica inherente, en torno a la clasificación de esta gran águila, le acompañó hasta hace poco más de dos décadas. Gracias a los trabajos de Hiraldo et al. (1976), apoyados por datos biogeográficos de González et al. (1989), fue cobrando fuerza, de nuevo, la hipótesis de que la imperial ibérica era un taxón diferente. Pero fueron los estudios genéticos de Winck y Seibold, que compararon el ADN mitocondrial del gen del citocromo b en ambas especies, los que concluyeron que nuestra imperial se había separado de la oriental hacía más de un millón de años (Seibold et al., 1996).
Ya no había duda, la ciencia reconoció, por fin, que la imperial ibérica es una especie diferente de la imperial oriental, recuperando así su nombre original, Áquila adalberti, quedando Áquila heliaca para la imperial oriental. Este hecho se precisa posteriormente por Martínez -Cruz y Godoy que, tras el análisis de microsatélites del ADN nuclear y un fragmento de la región control del ADN mitocondrial, estiman que la divergencia sería de solamente unos miles de años y habría ocurrido durante el Holoceno o muy a finales del Pleistoceno (Martínez-Cruz y Godoy, 2007).
EL NIDO
Cuando llegamos a la ubicación del nido, lo primero que vemos es una imperial posada sobre una rama seca de almendro que, tras las sucesivas visitas, se reveló como el posadero favorito de la pareja. La fotografiamos sin salirnos del coche, a sabiendas que en cuanto lo hiciéramos el animal huiría volando.
Pasados unos minutos levantó el vuelo y seguidamente localizamos el nido, muy próximo al posadero. Sobre el mismo, estaba la que nos pareció la hembra (igual que el macho, pero de mayor tamaño), pero no estaba echada.
Para los herederos de Félix Rodríguez de la Fuente que recordamos sus dos extraordinarios documentales sobre la imperial, lo primero que nos sorprende es que el nido se encuentre muy próximo a dos caminos de mucho tránsito de vehículos (hay granjas cercanas), pero también de personas.
Félix definía a la imperial como una especie huidiza y eminentemente forestal. Efectivamente así era por entonces, apenas quedaban cincuenta parejas en todo el mundo repartidas por los rincones más recónditos de las sierras del cuadrante suroccidental de la península. Allí se habían refugiado los escasos ejemplares que sobrevivían, tras décadas de acoso por persecución directa y envenenamiento, pero hoy, como veremos, afortunadamente la situación es bien distinta.
UNA COLONIA DE CRÍA
El nido es una enorme plataforma de ramas seleccionadas por su grosor y que ellas mismas han arrancado con su potente pico. Está construido sobre un gran chopo aún desprovisto de hojas, por lo que es bien visible, tanto desde el camino como de cualquier punto en derredor del mismo.
Llama la atención que está rodeado de gorriones molineros. Los gorriones están transportando material, por lo que parece que han decidido establecer una colonia de cría en el gran nido de las imperiales. Éstas no son una amenaza para los molineros, más bien al contrario, se sienten protegidos de sus depredadores, otras rapaces más pequeñas y córvidos como la urraca que, por su mayor tamaño, sí son presas potenciales de las grandes águilas y se guardan bien de acercarse a éstas.
Al final también acaba alejándose la hembra del nido. Llevamos muy poco tiempo, pero como desconocemos si solo están arreglando el nido o ya están incubando, nosotros también nos marchamos. La incubación es un período crítico, los huevos no se pueden enfriar, lo que exige evitar cualquier molestia. Al fin y al cabo, ya habíamos completado nuestro objetivo: saber que el nido estaba ocupado.
UNA PAREJA COMPROMETIDA
Pero una hora más tarde volvimos a ver a la pareja en una mancha de encinas lejos del nido. Primero vimos a la hembra y, poco después llegó el macho.
Le había traído un regalo a la hembra, un conejo que ésta engulló entero como si fuese una pastilla.
La imperial es una especie monógama que año tras año cría en el mismo territorio. Ambos incuban los huevos (3-5), pero quizás por su tamaño (mayor cobertura), es la hembra la que más tiempo permanece en el nido, por lo que es muy frecuente que el macho cace para ella. Satisfechos, decidimos emprender el regreso, pero no sin antes fotografiar las visibles cumbres nevadas de Gredos, aún envueltas en la niebla matinal y que nos dan una idea del hábitat ideal del águila imperial: cultivos entre manchas de monte claro, donde abundan los conejos, su presa preferente (80%).
SEGUNDA VISITA AL NIDO
Estamos a mediados de mayo y ya han transcurrido dos meses desde nuestra primera visita al nido. Imaginamos que, si todo ha ido bien, las imperiales ya han completado la incubación y deberían tener pollos, así es que decidimos ir a comprobarlo. En esta ocasión nos acompaña también nuestro amigo Carlos.
Igual que la vez anterior, ya desde el coche vemos al macho en el posadero, pero en esta ocasión tiene un trozo de presa en la garra de la que cuelgan dos grandes tallos de herbáceas que, probablemente, se han quedado adheridas en el lance de caza. Buena señal, hay actividad en el nido.
Esperamos a que levante el vuelo para montar el hide y observar el nido escondidos tras una red de camuflaje enganchada a un pequeño olmo, en el mismo borde del camino. El chopo ya tiene hojas, por lo que el nido es mucho menos visible.
UN EPISODIO DE CAINISMO
Los pollos, para evitar ser descubiertos, se aplastan en el nido y es difícil verlos, pero transcurridos unos 40 minutos uno se levantó para cambiar de postura y nos permitió comprobar que había, al menos, dos.
Inmediatamente después fuimos testigos de un acontecimiento natural y común en esta especie, pero no por eso menos desagradable: un episodio de cainismo. Los pollos nacen con algunos días de diferencia por lo que hay disparidad en el tamaño y, si no hay comida en abundancia, los más pequeños son atacados por los grandes.
A pesar de su pequeño tamaño demuestran gran violencia y sus picotazos ocasionan heridas importantes, como se aprecia en la siguiente imagen.
El pobre pollo permaneció, asustado, al borde del abismo sin atreverse a moverse durante unos cuantos largos minutos.
Finalmente, cuando comprendió que no iba a ser de nuevo atacado, se atrevió a volver a la seguridad del nido, aunque fuera en el borde del mismo, el lugar que jerárquicamente se le permitía.
A continuación dejo el vídeo que grabó Carlos de este episodio.
Por esta vez el pequeño pollo se ha librado de la caída, pero nos deja una amarga sensación por su incierto futuro, solo en parte compensada por el descubrimiento de que son tres los pollos que hay en el nido.
LA SELECCIÓN DEL TERRITORIO
Una hora después vemos aparecer la hembra con un trofeo en sus garras.
Esta pareja ha escogido un buen territorio, hay abundancia de conejo y muchos lugares abiertos para poder cazarlos, lo que no resulta fácil para un animal de más de 2 metros de envergadura que necesita mucho espacio para poder maniobrar. A continuación se muestra una foto aérea del territorio.
Como se puede apreciar son fundamentalmente cultivos de cereal y olivar, con pequeñas manchas de monte (encinas) muy diseminadas y aclaradas. Un terreno poco forestal que indica que, en la selección del territorio por parte de las imperiales, el factor más determinante es la abundancia de presas. Tal es así que, recientemente, está colonizando territorios completamente deforestados y con carácter antrópico, como la comarca de la Sagra (Toledo). Solo necesita que haya conejos, que no la molesten mucho y algunos grandes árboles para construir el nido.
Cuando la hembra llegó al nido depositó la presa y se volvió con su pico ensangrentado hacia nosotros. Aunque no podía vernos tras la red y estábamos a unas decenas de metros, quizás notaba que algo raro estaba ocurriendo.
El caso es que inmediatamente se fue.
Lo lógico es que la hembra hubiese partido la comida para dársela a los pollos, ya que todavía no se alimentan solos. Esta cuestión y su precipitada visita nos decidió a abandonar el nido a nosotros también. Aunque, como en este caso, estén relativamente acostumbradas a la presencia humana, hay que evitar siempre cualquier interferencia y ante la más mínima sospecha, alejarse.
TERCERA VISITA AL NIDO
Esta vez he venido solo y he madrugado mucho para estar en el nido antes de que salga el sol. Es el 7 de junio y hace casi un mes de mi última visita. Hago la primera foto con el móvil, desde mi escondite entre el borde del cereal y el margen del camino de enfrente del chopo donde se halla el nido, para dar una idea de la distancia al mismo y el entorno circundante.
La hembra abandonó el nido con las primeras luces del día y el macho, tras un vuelo de reconocimiento, se apostó en el posadero, permaneciendo unos cuantos minutos en el mismo antes de alejarse definitivamente.
El nido es un constante vaivén de gorriones molineros, pero no consigo ver los pollos de imperial que imagino completamente aplastados en el mismo. Recuerdo como era éste hace apenas tres meses, una sólida plataforma de ramas secas desnudas y el contraste con su aspecto actual, una confortable colonia de cría repleta de graciosos nidos esféricos de paja.
LOS POLLOS PROGRESAN ADECUADAMENTE
Llevo ya hora y media escondido y ni rastro de actividad de las imperiales. Me entretengo fotografiando a los molineros y cuando fotografiaba a una hembra alimentando a su pollo, veo, a través del visor de la cámara, las cabezas de los pollos de imperial justo encima de la molinera.
Su aspecto es ya muy diferente. El plumón blanco ha sido casi totalmente sustituido por el plumaje rojizo, el característico del primer año de vida. Solo veo dos pollos, puede que el tercero esté aplastado o puede que ya no esté. Necesito cerciorarme, así es que decido continuar con la vigilancia hasta que llegue un adulto con comida y se hagan visibles todos los pollos.
Pasan dos horas más y estoy completamente entumecido. Puedo mover algo las piernas, pero no quiero levantarme porque podría alertar a los pollos o incluso a los adultos, que pueden presentarse en cualquier momento. Y así ocurrió de repente una media hora más tarde, sin saber por dónde habían venido, vi las dos grandes figuras oscuras sobre el chopo.
Todo fue tan rápido que no tuve tiempo ni de encuadrar. El macho aterrizó con una presa directamente en el nido y la hembra, también con un conejo en sus garras, permaneció posada unos instantes encima de ellos, imagino que esperando a tener hueco, pues el nido estaba completamente ocupado.
Unos segundos después el macho se fue y la hembra bajó al nido a depositar su presa.
Seguidamente se posó en una rama y ojeó unos segundos a su alrededor, como para asegurarse de que todo estaba en orden, antes de partir definitivamente.
UNA TRISTE PÉRDIDA
A diferencia de la vez anterior, sé que esta fugaz visita es normal. Los pollos ya comen solos y los padres se limitan a dejarles comida, pasando cada vez más tiempo solos en el nido.
Disfruto contemplando cómo ya despedazan al conejo, con su fuerte pico, en trozos que puedan tragar fácilmente.
Después de ver como se alimentaba el primer pollo, me fijé en el segundo que estaba haciendo lo propio. No había riñas, cada uno tenía un conejo para sí mismo. Ahí estaban los dos desayunando en armonía, como dos conjuntados hermanos antes de partir para el cole.
A estas alturas ya tenía la seguridad de que faltaba el tercer pollo. Sé que es un proceso natural, pero no puedo evitar sentir pena al recordar ese pequeño pollo completamente emplumado de blanco, cuya fragilidad y resignación me inspiraban ternura. Me queda el consuelo de saber que han salido adelante dos pollos que, prácticamente ya están conseguidos y que, si sobreviven cuatro años más, formarán flamantes parejas que colonizarán nuevos territorios.
cuarta visita al nido
Tan solo han pasado diez días desde la visita anterior, pero sé que los pollos tienen que estar a punto de volar, si no lo han hecho ya. Cuando llego a primera hora de la mañana, veo un adulto en su posadero y espero a que se aleje para montar el hide y observar el nido.
Pasa el tiempo y no observo actividad. El nido está aparentemente vacío, pero puede que los pollos estén aplastados. Dos horas después consigo ver la cabeza de uno de ellos.
Pasados unos minutos apareció un adulto en el cielo que comenzó a trazar círculos descendentes en dirección al nido.
Aunque aún estaba lejos, me pareció percibir que transportaba algo en sus garras.
Y efectivamente llevaba un conejo. Majestuosa, siguió descendiendo en amplios círculos y permitiéndome disfrutar de una de las secuencias salvajes más hermosas que podemos observar en el cielo ibérico.
Es evidente que, camuflado bajo la red, no me veía porque pasó muy cerca de mi cabeza, propiciando que pudiese tomar un plano nadir, nada fácil de obtener en campo abierto.
Continuó deleitándome con sus vuelos en círculo y el conejo suspendido hasta que descendió a pocos metros y, para mi sorpresa ví como, en vez de dirigirse al nido, se posaba en el suelo tras su posadero, en o muy cerca del camino.
ALGO NO VA BIEN
Pocos minutos después observé como emergía de nuevo tras el posadero y esta vez sí se dirigió al nido.
Como es habitual, con su llegada los pollos se levantaron, pero tras ella no podía verlos bien. Cuando finalmente se marchó, pude ver que solo se había levantado un pollo.
Seguí observando el nido durante una hora más, pero solo veía un pollo que, además, no comía. Era evidente que la imperial no había traído el conejo que, pocos minutos antes, portaba en sus garras. Varias preguntas me rondaban, ¿Por qué no ha llevado el conejo al nido? ¿se había posado en el suelo para comérselo? Me parecía extraño porque, en ese caso, lo hubiera ingerido nada más cazarlo, no tenía ningún sentido que lo hiciera en las proximidades del nido. Y por último la pregunta más inquietante. ¿Qué ha ocurrido con el otro pollo? ¿habrá volado ya o, por el contrario, se habrá malogrado?
La imagen del pollo es magnífica. Ya luce su nuevo plumaje cobrizo que le acompañará durante un año, hasta la siguiente muda que adquirirá un tono más amarillento, pasando a ser un pajizo. Estoy preocupado por el paradero del segundo pollo, así es que decido recoger y echar un vistazo en los alrededores del nido, por si encuentro alguna pista que me ayude a resolver el enigma.
PRIMER VUELO FRUSTADO
Nada más tomar el camino contiguo al nido, veo al pollo posado en aquel, en una postura que no auguraba nada bueno. Puede que se haya herido al tirarse del nido. Viendo el lugar en el que estaba comprendí, al instante, porqué se había posado la imperial en el suelo: había ido a alimentar al pollo que estaba fuera del nido.
Decido acercarme para ver si no está herido y, en ese caso, si puede volar. Al aproximarme el animal comenzó a andar moviendo sus alas, lo que me permitió comprobar que no estaba herido, pero que tampoco volaba. Cuando ya estaba lo suficientemente cerca, la joven imperial se refugió en el cereal cercano.
UNA DIFÍCIL DECISIÓN
En ese momento me debatía entre las alternativas posibles. Pienso que se debe evitar intervenir en los procesos naturales. El pollo estaba bien y sus padres le seguían alimentando, pero, por otro lado, todavía le quedan varios días para poder volar con éxito y estaba en un lugar muy transitado, muy expuesto a personas y el paso de vehículos y, lo que es más arriesgado, a merced de los depredadores terrestres de tamaño medio, como el zorro.
El animal, presa del pánico, acabó aplastándose contra el suelo y permaneciendo completamente inmóvil. Verle así, tan indefenso, precipitó mi decisión. Cualquier ejemplar de imperial es un tesoro que es necesario salvaguardar. Llamé al 112 para que vinieran a recogerle. Inmediatamente después averigüé que agentes medioambientales cercanos estaban disponibles y me puse en contacto con un excompañero que conocía bien y sabía que podía presentarse rápido.
La joven imperial partía rumbo al CERI, el centro de recuperación de fauna salvaje ubicado en Sevilleja de la Jara (Toledo). Allí permanecerá unos días, hasta que vuele completamente bien y vuelva de nuevo al medio natural, donde comenzará su período de dispersión por la geografía peninsular (la imperial ibérica, a diferencia de la imperial oriental, no migra) hasta que alcance la mayoría de edad, a los cinco años, y se establezca, junto a su pareja, en un nuevo territorio que será el suyo de por vida.
EL RENACIMIENTO DE UNA ESPECIE
El águila imperial ibérica es una especie que bien podríamos calificar como la «renacida». De conocer su historia, seguro que Galdós la habría incorporado a sus «Episodios Nacionales». Implacablemente perseguidas, como bandoleros tuvieron que refugiarse, durante más de cincuenta años, en los lugares más inaccesibles de nuestros montes mediterráneos. Muy escasas, han resistido durante varios lustros los últimos supervivientes de una estirpe ancestral. Una especie al borde de la extinción que, durante décadas, ha ostentado el triste privilegio de ser la rapaz más amenazada del planeta.
EVOLUCIÓN DE LA POBLACIÓN
De ser una especie abundante a principios del siglo XX pasó a quedar una población mundial de alrededor 100 individuos en los años 60 (disparos, envenenamiento, electrocución, epidemias en los conejos, modificación del hábitat…). Comenzó una lenta recuperación a finales de siglo y ya en el 2004 había 195 parejas. En el 2011 se contabilizaron 317 parejas y en el 2022 se censaron 841parejas. La tendencia de la población en las últimas décadas ha sido positiva y es el resultado de la colonización de zonas de llanura y penillanura por parte de la especie, así como de un esfuerzo social por su conservación en el que se ha implicado todo el mundo, desde organizaciones ciudadanas e instituciones científicas, hasta las administraciones responsables. Tanto la imperial como el lince son un claro ejemplo de que, cuando queremos, sabemos hacer las cosas bien.
UNA ESPECIE VULNERABLE
A pesar de su espectacular recuperación sigue siendo una especie muy vulnerable. El número de individuos es muy bajo, si tenemos en cuenta que son cifras globales a escala planetaria. La dependencia que tiene del conejo, igual que el lince ibérico, es otro factor de debilidad, porque cualquier epidemia puede diezmar las poblaciones.
Su restringida área de distribución aumenta su sensibilidad a cualquier perturbación en la misma (incendios, transformación de los usos del suelo, puesta en regadío, etc.). La fertilidad de los huevos es baja por el uso de pesticidas. Los jóvenes de imperial son carroñeros, porque les lleva tiempo depurar sus técnicas de caza, lo que les hace muy sensibles a los envenenamientos. Aunque se está haciendo un esfuerzo por modificar tendidos eléctricos peligrosos, la electrocución continúa siendo una importante causa de mortalidad.
Son muchas las amenazas que tiene esta singular ave. Todo empeño es poco para asegurar la pervivencia de esta hermosa especie porque, como terminaba Félix Rodriguez de la Fuente su fabuloso documental sobre la imperial ibérica, «Si las águilas imperiales desaparecieran de los cielos españoles, estos habrían perdido lo más genuino y lo más representativo de su fauna.» Él se alegraría mucho de saber que, nuestra exclusiva rapaz, va por buen camino.
Comentario
Muy buen trabajo de observación y muy buena explicación. Me viene a la memoria un libro que compre hace algun tiempo «el libro de las rapaces» de Marcos Lacasa en el que se da un visión global del mundo de las rapaces.
Gracias por compartir el trabajo.