INTRODUCCIÓN
“Sin Brillo en la Mirada” es un relato histórico con un matiz sobrenatural. Se inspira en una leyenda de Toledo “La Dama de los ojos sin Brillo” . El argumento se desarrolla a lo largo de un día y la figura central es Don Sancho de Córdoba, personaje de gran carisma y Ayudante de Finanzas de Carlos I de España y V de Alemania. Una recepción que hace este monarca en Toledo es el escenario en el que transcurren los hechos que, para situarlos debidamente, se hace necesario introducir algunos acontecimientos históricos.
Carlos I como Gila, nació solo, pero su madre Juana la Loca, en vez de irse a pedir perejil a la vecina , se fue a cagar, en el sentido literal de la expresión. Confundió las contracciones con ganas de hacer de vientre y se encerró sola en un estrecho retrete del palacio de Prinsenhof en Gante (Bélgica) Y así, sin más compañía que la delicada pestilencia del pozo negro palaciego y una madre ausente, que se creía que estaba defecando, nació Carlos I, el que, paradojas de la vida, estaba destinado a ser el gran emperador de Occidente.
Por tierras flamencas continuó hasta su arribo a España, con apenas 17 años, que fue cuando se le debió de pasar el susto del nacimiento. Era un joven inexperto, que desconocía las costumbres y lengua de su reino. Llegó rodeado de colaboradores borgoñones, a los que procuró los mejores puestos y acceso a rentas. Ello provocó el rechazo de las clases populares y parte de la nobleza, acrecentado por el temor de que el nuevo monarca priorizara los intereses de otros territorios, como Nápoles o Flandes, sobre los propios de España. Este descontento se materializó en la Guerra de las Comunidades de Castilla.
El carácter del levantamiento armado de los comuneros es, todavía hoy, objeto de controvertido debate historiográfico y su eco llega hasta nuestros días, como bien recordamos los que vivimos la Transición.
El 23 de abril de 1976 se reúnen por primera vez en Villalar 400 personas para conmemorar la derrota que sufrieron los comuneros y la decapitación de sus líderes, Padilla, Bravo y Maldonado, en el año 1521.La concentración fue disuelta por la guardia civil y las actuaciones musicales se suspendieron, lo que popularizó más la iniciativa en un periodo histórico ávido de libertad. Ese mismo año el grupo folk “Nuevo Mester de Juglaría” hace una adaptación musical del poema. “Los Comuneros” de Juan López de Ayala. Al año siguiente, 1977, se concentraron en Villalar más de 20.000 personas. Sucesivamente la concentración siguió sumando popularidad hasta que, su simbolismo como reivindicación nacionalista castellana, culminó en 1983, con la aprobación del Estatuto de Autonomía castellano y leonés que establece esa fecha como el día oficial de la comunidad autónoma.
SIN BRILLO EN LA MIRADA (Relato)
LA RECEPCIÓN
La nieve que cubría las calles de Toledo dificultaba, pero no impedía, el incesante trasiego de carruajes y hombres a caballo que, procedentes de Madrid, cruzaban la puerta Bisagra y se adentraban en la ciudad por el ancho hueco de la muralla que se había derribado, pocos meses atrás, para acoger el cortejo del emperador. Acudían a la recepción que daba el emperador Carlos I en la residencia provisional de su prima y prometida Isabel de Portugal: el Palacio de Fuensalida. El emperador también conocido como “El César”, había trasladado recientemente su residencia a Toledo y quería anunciarlo oficialmente. Pocos días después de esta recepción, Carlos e Isabel, debían partir hacia Sevilla para celebrar su boda.
Para el emperador la recepción era un asunto importante, Los oligarcas y nobles de Toledo debían entender la decisión de nombrar a la ciudad capital del imperio, como una manera de valorar el simbolismo de la misma, pero también de reafirmar su poder sobre ella. Ese día, 3 de Febrero de 1526, se conmemoraba el cuarto aniversario de la derrota definitiva de los comuneros, que tuvo en Toledo su mayor resistencia y su última batalla.
Aunque había ajusticiado a más de 20 cabecillas toledanos de la revuelta comunera, algunos, como la mujer de Padilla, María de Pacheco, también conocida como la “Leona de Castilla” habían logrado huir. Debía desactivar los sentimientos antimonárquicos que aún perduraban y para ello nada mejor que hacer de Toledo residencia imperial, que además era la sede del Arzobispo Primado, también presidente del Consejo de Castilla e Inquisidor General, el prelado más rico e influyente del reino en definitiva. Este sería el asesor que facilitara la labor regente de Isabel en su ausencia. La necesidad de atender los asuntos del imperio le obligaba a continuos y prolongados viajes por los demás territorios del mismo.
El rey había invitado a la recepción a su hermana, Catalina de Austria y a su primo Juan III, rey de Portugal recientemente casado con Catalina y también hermano de su ya casi esposa, Isabel.
Ese día, por tanto, se dio nutrida cita en Toledo lo más representativo de la nobleza española y portuguesa, anticipando lo que supondría un período de esplendor para la flamante capital del imperio.
LA CENA
La austeridad del exterior del palacio, de fábrica de mampostería encintada y pilastras de ladrillo, contrastaba con el refinamiento del gran salón, cuyas puertas y ventanas se adornaban con profusos labrados de yesería mudéjar que llegaban hasta el techo artesonado, pintado en oro y grana, del que pendían tres grandes lámparas de araña de cristal. El salón se comunicaba con un gran patio interior rectangular porticado, con balconada de madera, sustentado por dieciséis columnas octogonales, rematadas por capiteles decorados con cabezas y escudos nobiliarios.
Los pajes se movían con diligencia entre las mesas e invitados que permanecían de pie, transportando los platos y bebidas en bandejas de plata hasta una gran mesa, en cuyo centro se situaban los dos reyes y sus respectivas consortes. A la voz de mando del maestresala se hizo el silencio y los trinchantes procedieron a trocear, catar y servir los alimentos y bebidas de la mesa real. Ya servidos los reyes y bendecida la mesa, con un grito de ¡Viva el rey! se dio comienzo a la cena.
Acabados los postres un hombre joven se acercó hasta el rey.
-Con Dios majestad, dijo haciendo una prolongada reverencia. ¿Me habéis hecho llamar?
-“Oui” Sancho, dijo el emperador. Quería agradecer a vos, el discreto y productivo “travail” que hicisteis en Toledo. «Excellent” tu negociación de la tregua con María de Pacheco, fue definitiva para acabar con la “révolte” de los comuneros.
-Ha sido un honor majestad, respondió Sancho inclinando su cabeza. Vos sabéis que nada me complace más que serviros. Además debo añadir que no fui mal acogido en Toledo y María de Pacheco se mostró más dispuesta a colaborar de lo que yo esperaba.
-« Ne sois pas » tan modesto, Sancho de Córdoba. Sé de la hostilidad de esa “femme” hacia mi persona y tiene sobrados motivos para odiarme. Yo mandé cortar la ” tête de son mari” Padilla, dijo el rey llevándose su mano al cuello en un claro gesto amenazante, mientras soltaba una carcajada. Y añadió:¡Que” capacité” de negociación y dotes de persuasión , “Mon Dieu”, convencer a esa empecinada “femme” de que concediera una tregua después de ese agravio!. “Cést magnifique” y os felicito por ello.” Adieu monsieur.” El emperador despidió a Sancho con un gesto de su mano que indicaba retirada, porque ya se había despejado el salón e iba a dar comienzo el baile.
EL BAILE
Los asistentes se arremolinaban en torno al gran espacio que se abría en el centro del salón. El baile iba a ser abierto por la pareja real y había gran expectación. La belleza de la futura emperatriz Isabel era asunto muy comentado entre los cortesanos. Además la procedencia del emperador Carlos de la refinada corte borgoñesa, de costumbres sofisticadas que contrastaban con la austeridad castellana, era un elemento novedoso que podía introducir alguna sorpresa.
Los músicos comenzaron a interpretar una “basse danse”, muy popular entonces en la corte de Borgoña.
Los cuatro reyes se dispusieron en círculo, uniendo sus manos derechas con los brazos extendidos hacia el centro. El círculo comenzó a girar, simulando una rueda de carreta en movimiento. Seguidamente se colocaron en corro y con una pronunciada inclinación del tronco, juntaron sus cabezas en el centro para después erguirse lentamente y echarlas hacia atrás, al son de la música, sin dejar de dar vueltas, como una flor que rotando sobre su eje, abre lentamente sus pétalos.
Las cuatro figuras giraban, juntaban, cruzaban, y separaban, componiendo una sucesión de geometrías en movimiento que parecían el resultado natural de la música. Con los reyes danzaban, España y Portugal, las dos grandes potencias de ultramar, unidas, en ese instante, por múltiples y cercanos lazos de sangre. Los bailarines eran primos hermanos entre sí y, además, eran hermanos, cuñados y esposos por partida doble. Ese baile representaba para ellos un símbolo de estabilidad y armonía en la Península Ibérica, pero también una demostración de fuerza a los posibles enemigos dentro de la misma.
Acabada la pieza se oyó un sonoro y sostenido aplauso. La novedosa coreografía y, sobre todo, la natural elegancia de Isabel, habían seducido a los presentes.
LA MIRADA SIN BRILLO
En ese mismo instante Sancho de Córdoba se percató de que entre el público, por detrás de los reyes, una joven le miraba sonriente mientras se desplazaba con movimientos muy livianos, casi imperceptibles, como si se deslizara flotando sobre la alfombra verde oliva, bordada en amarillo y cian, que cubría el suelo . Atraído, quizás, por la elegancia de la mujer o quizás, por su aire que, aunque desconocido, le resultaba familiar, Sancho, presuroso, dirigió sus pasos hacia ella.
-¡Dios vos guarde Sancho¡ dijo la joven mientras con una ligera genuflexión tendía su mano derecha a Sancho. Éste besó la mano manteniendo el contacto visual con la dama.
-¿Cómo…? ¿Me conocéis? Perdonadme señora, pero yo no os recuerdo…. El rostro de Sancho expresaba una mezcla de extrañeza y vergüenza.
-No os disculpéis Sancho. Esta es la primera vez que tenemos un encuentro formal. Os conocí en casa de María de Pacheco, pero entonces solo tenía trece años y no fuimos presentados. Es normal que no os acordéis.
-Entonces ¿Debo entender que vos, señora, simpatizabais con la causa comunera. Sois antimonárquica acaso? Interrogó Sancho un poco decepcionado.
La pregunta provocó una carcajada de la joven.
-A esa edad ya me interesaban ciertos asuntos de la vida adulta, pero, os aseguro, que para nada políticos. Acompañaba a mi padre el conde de Orsino, muy amigo del marqués de Mondejar , el padre de María de Pacheco. Habíamos ido a su casa a darle el pésame tras la decapitación de Juan de Padilla, su esposo.
Mientras la joven hablaba, Sancho la examinaba. De su cabello oscuro se desprendían dos graciosas caracolas que adornaban su frente, de una blancura extrema, como el resto de la piel de la cara, cuello y hombros, que dejaba ver su escote. Solo las mejillas y los labios, ligeramente maquillados, expresaban cierto rubor. El conjunto resultaba armónico y de gran belleza, a pesar de una característica nada común: carecía de brillo en los ojos. Esta circunstancia, lejos de afearla, le confería cierta melancolía en la mirada y un punto de misterio, que hacía aún más interesante su rostro.
EL ANHELADO MOMENTO
Sancho ya sabía que se estaba enamorando. En el instante en que la vio, el tiempo se detuvo. Perdió la consciencia de todo lo que fuera ajeno a ella. El resto del universo se había esfumado.
Pasaron hablando, bebiendo y bailando lo que, probablemente, fueron varias horas pero que a Sancho apenas le pareció un segundo. Fue tiempo suficiente para que comenzaran a intimar y compartir confidencias como que, a pesar de su corta edad, la condesita se había quedado prendada de Sancho en casa de María de Pacheco y que, esta noche, había ido al palacio con la esperanza de volver a verlo de nuevo.
Finalizado el baile la dama expresó a Sancho su intención de recogerse y éste se ofreció a acompañarla. Una vez en la calle el frio se hizo patente. Sancho se desprendió de su capa, a la vez que se colocaba detrás de la joven y cubría sus hombros con la misma. Bastó una ligera presión de su mano sobre el hombro de la muchacha para que esta se volviera y sus cuerpos se unieran. Sancho se encontró unos labios que, aunque fríos, le transmitieron emociones desconocidas que le colocaron en un extraño y, hasta ahora inexplorado estado de consciencia. En los pocos segundos que duró el beso experimentó una reveladora sensación de atemporalidad. Fue como si toda la eternidad se hubiese desplegado en apenas unos segundos.
-No os hacéis una idea de lo que he anhelado este momento, dijo la condesa en un leve susurro. La expresión de su cara indicaba satisfacción pero esta vez, sus ojos sin brillo, transmitían cierta amargura, como si la alegría por el deseo recién cumplido se viera ensombrecida por un oscuro secreto.
Arrebatados, caminaron en silencio, ajenos al hediondo lodazal en el que la nieve, las huellas y los excrementos de animales y personas, habían convertido las calles de Toledo. Al llegar a la calle Aljibes la joven quiso despedirse, porque no era apropiado que la vieran llegar acompañada. Indicó a Sancho que podía recoger su capa al día siguiente, en la casa de los condes de Orsino, situada al final de la calle.
UN GOLPE INESPERADO.
Un encorvado sirviente con librea ocre, tan ajada como su rostro, abrió el enorme portón de madera. Sus pequeños ojos hundidos rápidamente percibieron que estaba ante una persona importante.
-Deseo ver a la condesa de Orsino dijo Sancho con una suave, pero determinada, voz de mando.
-Pase caballero, respondió el anciano. Voy a avisarla. Perdone ¿A quién tengo el honor de presentar?
-Sancho de Córdoba, Ayudante de Finanzas del Rey.
Mientras el criado se alejaba con paso cansino, Sancho vio, a través de una puerta entreabierta que daba al vestíbulo, un gran retrato de la joven condesa. El cuadro descansaba sobre el adorno de yesería, con atauriques y dragones, que decoraba la chimenea de la sala. Se complació observando de nuevo ese bello y enigmático rostro. Se fijó en que, curiosamente, tenía puesto el mismo vestido que llevaba la noche anterior.
Una ronca voz femenina le sacó de su ensimismamiento.
-¡Con Dios, excelencia! ¿En qué puedo ayudaros?
Sancho se volvió y vio a una anciana vestida con un sencillo vestido de paño negro, abotonado hasta el cuello. Su rostro, de escasas arrugas para su edad, mostraba unas profundas ojeras, que delataban cansancio y tristeza.
-¡Dios guarde a vos, ilustrísima señora! Vengo a recoger la capa que dejé anoche a su hija, dijo, mientras hacía una reverencia.
El rostro de la anciana se desencajó y, Sancho, perplejo por la reacción, sintió como una mirada cargada de ira le atravesaba.
-¡Mi única hija murió hace ya dos años!, exclamó ofendida. No sé si sois víctima o artífice de lo que, sin duda, es una macabra broma. Os pido por Dios que abandonéis inmediatamente mi casa y respetéis el dolor de esta afligida familia.
Desconcertado Sancho, dirigió su mirada al retrato de la chimenea y exclamó:
Entonces… ¿Quién es esa dama del cuadro?
¡Esa es mi hija! que, como os he dicho, murió hace dos años, respondió malhumorada.
Pero… ¡si es la misma dama que acompañé yo anoche!, replicó Sancho.
Confundido y apenas sin ánimo, salió de la casa de los condes de Orsino. Sancho de Córdoba, un hombre singular, pero no perfecto, padecía episodios de miedos injustificados que se materializaban en ataques de hipocondría .Una profunda sensación de frío comenzó a invadirle mientras su cuerpo se empapaba de sudor. Más de tres días estuvo en cama con fiebre y delirios. En sus pesadillas, huía de la muerte angustiadamente, hasta que, extenuado, perdía la consciencia. Cuando se despertaba de nuevo, la joven condesa aparecía sonriente con sus ojos apagados, ¡No temáis, nada de este mundo, ni la muerte, puede dañar a lo que en realidad vos sois! le decía y el miedo daba paso a una deliciosa sensación de paz.
LA REVELACIÓN
A los pocos días, ya recuperado, deambulaba sin rumbo por las callejas de Toledo. Su mente seguía dando vueltas al asunto intentando encontrar algún sentido, pero solo obtenía preguntas sin respuesta.
Sin ser consciente de cómo había llegado hasta allí, se encontró en el cementerio. Siguió caminando ausente entre las tumbas, hasta que un objeto familiar llamó poderosamente su atención. ¡Era su capa!. Cuidadosamente doblada, bajo una rosa roja, descansaba sobre una lápida, coronada por un ángel a tamaño natural. La capa estaba deliberadamente unida a una inscripción en la piedra, en la que podía leerse: “Condesa de Orsino 1507-1524”.
Su faz se iluminó. De repente, todo cobró sentido. Primero el goce y la ilusión del amor en la recepción, después el dolor de la muerte y el desengaño en la casa de los Condes de Orsino y, por último la capa con la rosa en su tumba, en la frontera entre los dos mundos, como prueba del tránsito entre ambos y última expresión de su amor por él . Toda la secuencia conformaba una extraordinaria lección vital: gozo y dolor, vida y muerte, ilusión y desengaño…, una dualidad que es el mundo común de los mortales, pero que su amada condesa había aniquilado, probando que la muerte es solo un espejismo y el amor una fuerza por encima de la misma, proclamándose, de este modo, como única verdad universal.
Por primera vez en su vida, Sancho de Córdoba experimentó la tranquilizadora sensación de no temer a nada. Le sobrevino una paz serena, seguida de un torrente de ternura, amor y compasión que estalló en un aliviador llanto.
EPILOGO
Esta es mi interpretación particular de la leyenda de la «Dama de los Ojos sin Brillo». Aunque he respetado el espíritu principal de la leyenda, he utilizado recursos argumentales para darle el sentido que yo, interpreto que tiene. Las versiones que he visto, bajo mi criterio, son muy simples y no explican cuestiones como porqué se aparece la dama a Sancho, o qué significado tiene su aparición. Ya comenté en «La Leyenda del Pozo Amargo» que todas las leyendas giran en torno a emociones y tienen una moraleja. Eso mismo he intentado hacer con esta.
A continuación os dejo un enlace a un video de YouTube, con una interpretación de pocos minutos, que se hizo de la leyenda para el programa de televisión «Cuarto Milenio».
Agradeceré vuestros comentarios que podéis dejar en el recuadro blanco al final de la página. Gracias por la atención.
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